Escribo desde Colombia donde reina un señor que es una mezcla de señor feudal (tradición, familia y propiedad), con monseñor católico (él es dios y exige fe del pueblo), con el héroe telenovelero (dice tanto que nos ama que se lo terminamos creyendo)..., desde este reino más cerca de los Estados Unidos que de América del Sur...
En esta tierra es donde Juanes cree que “la música es paz” y no política...
En este país cuya campaña marca país es “Colombia es pasión”, donde las reinas tienen que ser vírgenes para participar en el reinado nacional de belleza, seleccionado por encuesta nacional como el evento cultural de Colombia... Y estas mismas mujeres, como la mayoría de las bellas colombianas (¡eso dicen los periodistas!), para sobrevivir deben adornar su cuerpo de silicona y coquetería... y esto no es realismo mágico sino cuento televisivo llamado Sin tetas no hay paraíso.
En esta patria famosa por el narco, el narco es parte de la vida cotidiana, vive a fondo y nos enseñó que “goza con todo mientras puedas porque morirás pronto...” y esto es la narcoestética que contamos con orgullo de seriado llamado El cartel de los sapos.
Pero no todo es reinas y narco, pasan más cosas alucinantes, casi de realismo mágico: Juanes el de “La camisa negra” y “A Dios le pido” de pronto y sin tener ideología se vuelve comunista... y las palomas y los hipopótamos sin saber cómo devienen terroristas...
Los músicos también son políticos
Juanes cree que “la música es paz” y no política... Juanes pensó que la música no tiene política, que “la música es paz”... y no es así: la música es política desde siempre. Pensar que la música es una no-ideología es una ingenuidad.
Y esa ingenuidad la pagará Juanes ante la sevicia del odio de los cubanos de Miami. Ellos, además de acusarlo de “rata soez”, lo boicotean como cantante y con un martillo (pero sin hoz) destruyen sus canciones. Y obvio, a los colombianos nos parece que eso está mal, muy mal... ¡qué chiquitos de cabeza esos cubanos de Miami!, pensamos. La ingenuidad de Juanes que lo llevó a pasar de “militarista de derecha” a “esbirro castrista”.
Pero llegando aquí, los seguidores de Juanes, que son los mismos que aman al señor Uribe, que se llaman a sí mismos “los buenos de este país”..., esos mismos usan las mismas tácticas de odio y agresión de los cubanos de Miami para con Chávez/Venezuela, Piedad/Colombia y Correa/Ecuador. Todo parece indicar que en el odio todos nos parecemos: somos primarios, queremos imponer nuestros prejuicios y buscamos desaparecer al otro.
Los animales también son políticos
Y nos contó la escritora colombiana Carolina Sanín que en la fábula los animales hablaban como hombres y servían para educar a los humanos, que las prácticas de caza servían de rituales para educar en el poder y en la guerra. O sea, que nos educamos vía los animales: para los pobres son representación de los humanos (¡brutos los pobres que creen que los animales hablan y parecen humanos!) mientras para los ricos los animales son entrenamiento en el ritual de la guerra (¡no hablan, mueren!). El asunto es que ya no estamos en épocas medievales ni nada que se le parezca, pero los animales siguen ins/cribiendo las historias de la identidad.
Colombia y su política es comedia animal. Las historias de la paloma y el hipopótamo son historias ejemplares de la guerra (ver: http://www.lasillavacia.com/elblogueo/rinconmagrini/la-paloma-y-el-hipopotamo-terrorista). Hace poco tuvimos una historia alu-ci-nan-te, una paloma mensaje fue presentada como terrorista. Su delito: llevaba celulares a una cárcel de máxima seguridad. Y salió fotografiada como criminal. Y las cámaras la grababan y ella no sabía bien qué pasaba. Faltó un periodista que la entrevistara. (¡No sabemos, pudo pasar!) Pero no bastaba con una paloma, se necesita algo más fuerte y espeluznante: un hipopótamo que fue propiedad del narcotraficante Pablo Escobar, que ante el abandono estatal del zoológico del capo, escapó y se fue de rumba por el río grande de Colombia, el Magdalena. La gente lo veía de vez en vez y lo soportaba y se había convertido en leyenda. Pero llegó la autoridad ambiental de Colombia y decidió que debería morir por “razones ambientales”. El ejército fue y lo masacró. Luego posaron con el hipopótamo muerto. Y se publicó la foto del hipopótamo asesinado por atentar contra la seguridad ambiental (ver: http://www.caracoltv.com/noticias/nacion/articulo145534-muerte-de-hipopotamo-escapo-de-napoles-fue-justificada). Lo curioso es que después el hipopótamo fue descuartizado y sus pedazos viajaron a diversos coleccionistas... del mundo. Lo paradójico es que Pablo Escobar, el capo muerto, y ahora su hipopótamo, fueron fotografiados de la misma manera, como trofeos del triunfo del bien militar.
Ya no presentamos niños, jóvenes, mujeres, paras, narcos, guerrillas como criminales..., ahora es el turno de los animales. Paloma terrorista. Hipopótamo que atenta contra la seguridad ambiental. Y los presentadores de televisión sonríen y los periodistas celebran y todos felices. ¡Hay noticia! ¿Qué estarán pensando la paloma terrorista y el hipopótamo antiecológico de nosotros los colombianos? ¡Que somos unos bárbaros! Todo en nombre de la seguridad... mediática.
Final feliz
Ya García Márquez nos alucinó por siempre. Tanto que cada vez más creo que el realismo mágico inventó el narco... Pareciera que los políticos, los gobiernos, los militares, los narcos, las reinas, Juanes actuaran un guión de realismo mágico. Tal vez por eso hay que aborrecer a las FARC, los paras y los corruptos porque ellos no se inspiran en García Márquez; su realismo no es mágico, es trágico, doloroso. Por eso gozamos tanto a las reinas, a Juanes y a los narcos, por su poder “mágico”.
Y es que es muy “mágico” que un cantante popular crea que no hace política con su música... y que una paloma sea terrorista... y que un hipopótamo sea antiecológico. Pero no nos alucina porque son muy nuestras. La verdad es que estas noticias, que parecen banales, sí retratan nuestra sociedad de la banalidad, los odios fáciles y los seriales de lo espantoso. Y de eso vivimos los medios. Ahí es donde los medios de comunicación gozamos: no hay qué pensar, sólo informar, la gente hablará y todos seremos felices por un ratico viendo cómo este mundo está tan loco. La banalidad grotesca encanta a los medios y a los periodistas y a nosotros los ciudadanos comunes. Así vivir y ser periodista en Colombia es una fiesta. Todo es para reír. Y esa es la clave de los medios en nuestros tiempo: hacer reír o en su defecto suspirar, para pensar no queda tiempo ni medios.
Por Omar Rincón*
Desde Santafé de Bogotá
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