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domingo, 12 de diciembre de 2010

Guerra mundial en internet

"Mientras más información libre circule, más fuertes serán las sociedades": Hillary Clinton (29.I.2010). Escrito por Daniel Samper Pizano para Semana.com.

En julio pasado, Julian Assange, editor de WikiLeaks (WL), divulga miles de documentos secretos de Estados Unidos sobre la guerra de Afganistán. Es una bomba noticiosa sin precedentes. El 11 de agosto, invitado a dictar una charla, acude a Estocolmo, se aloja en casa de organizadora del evento y, con total consentimiento mutuo, mantienen relaciones sexuales. No debió de quedar descontenta la dama, pues al día siguiente ofrece una fiesta en honor de Assange. Este, mientras tanto, conoce a otra entusiasta de WL que también lo lleva a su cama. Tienen la dicha una vez por la noche y otra por la mañana antes de desayunar, muy contentos, en una cafetería. Poco después, el periodista australiano regresa a Inglaterra.

Una semana más tarde, las dos mujeres lo denuncian por violación, concepto amplísimo en la ley sueca. La primera dice que abusó de ella al no usar preservativo; la segunda, que dormía cuando se produjo el acceso sexual matutino. Lo raro es que ambas siguieron acompañándolo tras las "violaciones" y a ninguna se le ocurrió acudir a la prudente estrategia que aconsejaban las abuelas: "Una pierna sobre la otra, mija, como el Señor Crucificado".

El 29 de noviembre, WL y cinco prestigiosos periódicos empiezan a publicar cables reservados del gobierno de Estados Unidos. La opinión pública internacional se sacude. Políticos norteamericanos exigen procesar a Assange por terrorismo, cazarlo como a Osama ben Laden e incluso asesinarlo. El 7 de diciembre, la Interpol (que aún no encuentra al general genocida serbio Radko Mladic) lo detiene en Inglaterra por conducta sexual indebida.

Si acaso ha ocurrido una coincidencia, se trata de la Reina de las Chiripas. Lo más probable es que sea una operación para liquidar la organización que ha permitido a los ciudadanos desencadenar el flujo de datos controlado por unos cuantos poderosos y conocer la hipocresía con que los manejan sus gobiernos.

Cuando Hillary Clinton elogió la libre circulación informativa, lo que pretendía era criticar la censura de China sobre Internet. Ahora Washington acaba, como Beijing, amenazando a los grandes intermediarios de la red (Amazon, e-Bay, PayPal, Visa, etc.) para obligarlos a ahogar a WL. Con ello reniega de sus principios y desata la reacción de miles de hackers que andan dedicados al que llaman "caos benéfico": atascar sistemas, bloquear correos y agredir archivos.

No es una pequeña rencilla la que se libra en ese mundo globalizado que con tanta vehemencia nos vendieron como futuro inevitable de la humanidad. Asistimos a la primera gran guerra cibernética. De un lado, los que quieren utilizar las nuevas tecnologías para crear nuevas realidades con valores nuevos y reglas nuevas. Del otro, los que peroran sobre la transparencia pero acumulan cada vez más secretos. Comenzamos a asomarnos a un formidable mundo oculto, y asusta: odios entre dirigentes, intereses creados, presiones indebidas, opiniones miserables, graves errores, inesperadas saperías, violación de Derechos Humanos, atrocidades, abusos, la verdad de ciertas guerras...

Washington protege 16 millones de documentos con el sello de "top secret". Un militar gringo (actualmente preso) envió a WL apenas 251.287 de ellos. De esos 251.287 solo se han divulgado unos mil. ¿Imaginan ustedes cuánto esconden esos archivos cuyos legítimos propietarios son los ciudadanos, no los burócratas? Una ínfima parte de los papeles merece permanecer en reserva temporal para proteger a inocentes y garantizar la intimidad de ciertas gestiones. Pero no tienen más autoridad para decidir lo censurable unos funcionarios interesados en salvar el pescuezo que unos periodistas profesionales de primer nivel, como los que han manejado la publicación de los documentos.

Entre la osadía de un Julian Assange y la vileza de un Henry Kissinger, prefiero mil veces la primera. Que siga el destape.

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