A continuación pueden encontrar una carta escrita en 1885 por el ingeniero Luis María Lleras Triana a su amigo y compadre Rufino José Cuervo. Lleras había abandonado a su familia en Bogotá y se había unido a las milicias liberales que luchaban en contra del gobierno conservador. La carta es conmovedora y trágica al mismo tiempo. Es un testimonio (elocuente digamos) sobre la futilidad de las pasiones políticas, sobre el heroísmo dudoso de quienes dan la vida por un ideal. La vigencia de la carta, más de 110 años despúes, evidencia cómo nos conectan nuestros conflictos actuales con aquellos del pasado. Reseña y recuento realizado por Alejandro Gaviria en su blog.
“Compadre,
--escribió Lleras--, la guerra es un vértigo, es una locura, es una insensatez;
y los hombres más benévolos se vuelven bestias feroces; el valor del guerrero
es una barbaridad. Pero cuando uno toma las armas no puede, no debe dejarlas en
el momento de peligro, no puede volver la espalda a amigos enemigos y hermanos,
sin cometer la más baja de las acciones, sin ser un cobarde y un miserable”. Pocos
días antes había escrito: “Dios sabe si nos tocará dejar la barriga al sol
mientras llegan los gallinazos". En
suma, La lucha es de vida o muerte, su abandono, el peor pecado, y la lealtad
con los compañeros de causa, la más alta virtud.
A Luis Lleras lo mataron a los pocos días de
un bayonetazo en la batalla de la Humareda, “esa oscura refriega de una oscura revolución
de una oscura patria”. El sacrificio fue en vano. Algunas semanas después, Rafael
Nuñez anunciaría la muerte de la república federal. Cuenta Vallejo que cuando
escribió la carta de marras, el 11 de junio de 1885, Lleras llevaba seis meses
sin saber de sus ocho hijos, a quienes había abandonado (para siempre) con el
propósito de luchar por el bien de la patria o el bienestar general o una
sociedad más justa o las sacrosantas ideas liberales o cualquier cosa por el
estilo. Escribe Vallejo: “Esto es lo que en español castizo, que tan caro le
era a don Rufino, se llama un solemne hijueputa. Para Colombia era un buen
colombiano”.
Como Luis Lleras, muchos colombianos han
sucumbido ante las pasiones políticas, han dedicado su vida a refriegas oscuras,
a luchas ideológicas sin sentido. Otros han abandonado sus familias en busca de
un ideal imposible. Pero a todos, en mayor o menor grado, nos pasa lo mismo. Odiamos
a quienes no conocemos por cuenta de sus ideas u opiniones políticas. Peleamos
encarnizadamente por defender ideologías dudosas. Vivimos obsesionados con los demagogos que nos
gobiernan. Protestamos por sus pronunciamientos más insulsos. Nos tomamos
demasiado en serio el espectáculo consuetudinario de la política.
Cinco años antes de su muerte, Luis Lleras
trabajó con el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros en La Industria, una publicación quincenal que pretendía “llenar un
vacío que se nota en esta sociedad, ocupándonos única y exclusivamente en asuntos
que tiendan al desarrollo material: lo cual clara y distintamente quiere decir
que este periódico no tendrá color político". Pero el asunto no prosperó. El
ingeniero Lleras prefirió las luchas políticas al desarrollo material y murió como
un dudoso héroe militar. Después de su muerte en la Humareda fue ascendido de
coronel a general, un homenaje insulso que enfatiza la inutilidad de su
sacrificio y la futilidad de nuestras pasiones políticas.
0 fuerzas alrededor:
Publicar un comentario