La renuncia de Zine el Abidine Ben Ali, dictador de Túnez desde hace 24 años, producto de una rebelión popular que derivó en una semi-insurección contra la desocupación y el aumento de los alimentos es la primera consecuencia de magnitud política tras una respuesta de masas a los efectos de la bancarrota capitalista, en un continente donde el crecimiento en las cifras económicas se traduce en una mayor explotación del territorio por parte de las potencias imperialistas y en un agravamiento de las condiciones de vida de las masas.
El 17 de diciembre, un joven tunecino desempleado se inmoló como protesta luego de que la policía le tirara su carro de frutas y vegetales que vendía para sobrevivir. El hecho, que se sumó a una reciente ola de suicidios entre los jóvenes, desencadenó protestas masivas en todo el país. La desocupación en Túnez, considerado un país "mimado" por la Unión Europea y el más "próspero" en materia de índices económicos, alcanza cifras de entre el 20 y el 30% -según datos oficiales y afecta particularmente a los jóvenes, que representan el 75% de la población, muchos de ellos con título universitario. A la falta de trabajo se le suma una inflación del 30% sobre los alimentos de primera necesidad (pan, trigo, aceite, azúcar y sémola), producto de la especulación internacional sobre las materias primas.
La extensión y radicalización de la protestas puso en jaque de inmediato al régimen nacionalista de Ben Ali que, como primera maniobra, reformó su gabinete, destituyendo al ministro del Interior, a cargo de la represión que dejó más de 35 muertos. Luego, anunció que no se presentaría a las elecciones de 2014 y prometió garantizar elecciones "plurales". Sin embargo, nada de esto fue suficiente y la movilización no hizo más que acrecentarse con el pasar de los días, poniendo en el centro de las reivindicaciones la renuncia del gobierno. Los trabajadores tunecinos se movilizaron contra la burocracia que dirige la central obrera única del país, la UGTT, alineada con el gobierno, a la cual tras semanas de protestas le arrancaron la convocatoria a la huelga general. Además, seis federaciones sindicales (profesores, correos, teléfonos, médicos, farmacéuticos, estatales) habían convocado a la huelga y a manifestaciones callejeras (Le Monde, 31/12). Los abogados y sectores profesionales también se habían sumado a la huelga. La descomposición del régimen de Ben Ali era completa. Tras un fracasado intento de dictar un estado de excepción contra una movilización imparable, Ben Ali renunció y escapó a Arabia Saudita el 14 de enero. El gobierno quedó a cargo del hasta entonces presidente del Parlamento, Fued Mebaza, un miembro del régimen político de Ben Ali -asume con el compromiso de convocar a elecciones libres dentro de los próximos 60 días, pero que luego llevó a seis meses a pedido de la oposición, que ha pasado a formar un gobierno de ‘unidad nacional'.
Argelia
La rebelión en Túnez, el país supuestamente con una mejor situación del norte de Africa, es una verdadera señal de alerta para el imperialismo europeo y los Estados Unidos. Las protestas rápidamente se extendieron a Argelia, donde la juventud también sufre la desocupación masiva y la creciente carestía. La rápida extensión de las protestas en el norte africano preocupa a los países europeos, en momentos que ellos mismos viven procesos de movilización de la juventud y los trabajadores.
"País petrolero", Argelia debe importar granos, por lo que el impacto inflacionario es brutal sobre los alimentos de primera necesidad. Los enfrentamientos comenzaron en la capital oeste del país, pero llegaron a afectar a 18 de las 48 provincias del país. Un verdadero reguero de movilizaciones. El régimen argelino respondió con una brutal represión, que dejó cinco muertos y casi 900 heridos, pero debió dar marcha atrás ante el peligro de que la rebelión popular terminara volteándolo tal como sucedió en Túnez. El gobierno anunció subsidios y la supresión de una serie de impuestos, lo que generaría una baja del 40% en los alimentos, y también proyectó un nuevo plan de viviendas para 2014, lo que generó una merma en las protestas. Sin embargo, la ruptura entre amplias capas de la población -particularmente entre la juventud obrera- y el gobierno es completa. El régimen de Abdelaziz Bouteflika, del FNL, fracasó por completo en estructurar un Estado independiente sobre bases de desarrollo autónomas, al igual que Ben Ali en Túnez. La juventud obrera de estos países se encuentra procesando una acelerada experiencia con los gobiernos de tintes nacionalistas en el marco de la bancarrota mundial.
Elecciones y crisis
También Sudán se vio afectada por movilizaciones estudiantiles en la capital por el aumento de precios, luego de que el gobierno suprimiera los subsidios a los productos derivados del petróleo y el azúcar. Sin embargo, las movilizaciones en este país se engarzan con una crisis política de conjunto (ver aparte). El gobierno de Marruecos, por su parte, impidió una protesta de solidaridad en la embajada de Túnez por temor a que las movilizaciones calen en su propio territorio. El régimen de Mohamed VI tiene su propia crisis en casa: hace tan sólo pocos meses desató una feroz represión contra el pueblo saharauí para impedir la autodeterminación de ese pueblo y mantener el control de la región, con el abierto apoyo de la España "socialista" de Zapatero.
El 2011 será un año electoral en Africa y, por tanto, propenso a las crisis políticas. Habrá elecciones en Nigeria, Benín, Chad y Congo. Pero lo que verdaderamente marcará el ritmo de la situación es la crisis mundial -en particular por la inflación que genera sobre los alimentos en muchos de los países. Según las proyecciones del Banco de Desarrollo Africano, Africa crecerá un 5% durante 2011, similar al crecimiento del año anterior, y el doble que en 2009. Sin embargo, como sucede con los países emergentes de otras regiones, el crecimiento que se registra es el resultado del desplazamiento de los capitales a los países subdesarrollados para aumentar su tasa de ganancia en una situación de crisis mundial, lo que genera un aumento de la explotación y acrecienta, por lo tanto, las contradicciones sociales, provocando choques cada vez más agudos entre las clases.
La crisis social, política y humanitaria que atraviesa Africa es la consecuencia de siglos de explotación y saqueo brutal por parte de las potencias imperialistas que han utilizado el continente africano según sus propios gustos y necesidades, como en pocos lugares. Esta tendencia histórica no puede más que agravarse en el marco de la bancarrota capitalista, que pone al rojo vivo las viejas y nuevas contradicciones. El comienzo de un proceso de respuesta obrera y popular a la crisis que ya se llevó puesta a una dictadura de un cuarto de siglo marca una perspectiva para salir del abismo.
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