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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Corazones fachos

HACE TREINTA AÑOS, LA DICTAdura militar de Jorge Rafael Videla mandó imprimir miles de calcomanías con la frase “Los argentinos somos derechos y humanos”. Tenían los colores de la bandera nacional, y algunas tenían forma de corazón.

La idea era que los argentinos las llevaran pegadas a sus carros durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA a su país. La campaña, que se financió con dineros públicos, se hizo pasar por una iniciativa de los ciudadanos, supuestamente deseosos de que los “yanquis” se enteraran de que su patria no era ninguna porquería a pesar de las fabulaciones escabrosas que los exiliados y las madres de desaparecidos le contaban al mundo acerca del terrorismo de Estado.

Hace dos semanas, los corazones de la campaña “Colombia es Pasión” me trajeron a la mente los de Videla. En el caso de la propaganda de Estado colombiana, en lugar de un juego de palabras se usó el eslogan poco ingenioso de la pasión (tan evocativo de la exportación de chicas tropicales) y, en vez de los 16.000 dólares que costaron las calcomanías de marras, se pagó una cifra millonaria para plantar en los lugares más caros de Manhattan unas esculturas enormes, discordantes, en forma de corazón. El propósito era mostrarles a los neoyorquinos que Colombia es tan creativa que puede producir un símbolo publicitario, y tan fenomenal que, sin tener dinero para compensar a las víctimas de su guerra, hace el gesto magnánimo —como de mafioso lagarto— de engalanar una ciudad extranjera con piñatas deluxe.

Estuve en la exposición de los corazones de Grand Central Station dos veces: la primera pasé por accidente y me llevé un dolor de estómago, y la segunda fui intencionalmente, llevando unos volantes que hice en mi casa y que fotocopié por 12 dólares. Contenían datos de Planeación Nacional sobre la pobreza en Colombia, y de Amnesty International y Human Rights Watch sobre desplazamiento de campesinos, asesinatos de sindicalistas, muertes de civiles perpetradas por la guerrilla y los grupos paramilitares, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y congresistas investigados por colaborar con el paramilitarismo.

Quienes visitaban la exposición recibieron los volantes con cortesía; no descarto que algunos hayan pensado que les estaba repartiendo letras de Juanes, fotos de Juan Valdez o dichos de su mula. Pero no pasaron diez minutos antes de que los organizadores del evento me acorralaran. Si hubiera podido, les habría explicado que estaba tratando de contribuir a que se supiera algo sobre la pasión de Colombia. Pero no me dejaron hablar. Una espontánea me arrebató los papeles y los tiró a la basura, mientras que los colaboradores oficiales de la campaña llamaban a la policía y me amenazaban diciendo que, si no abandonaba la estación (no el hall de la exposición sino toda la estación), me iba a “hacer arrestar”.

Tal vez el gusto por la estatuaria voluminosa, mediocre y uniforme no es lo único que los hinchas de “Colombia es Pasión” comparten con el fascismo. Parece que también ansían un régimen totalitario —a lo Videla— en el que reproducir cifras de violaciones de los Derechos Humanos amerite un arresto.

  • Carolina Sanín


-- columnista de El Espectador.

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