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viernes, 26 de marzo de 2010

EL TORO


EL TORO
Son las cinco de la tarde
Cumpleaños es del patrono
que hace medio siglo viera
en esta ciudad, luz primera.
Tarde azul de primavera,
el festejo es a lo grande,
sus galas viste la gente,
cielo rojo, aire violeta,
en la plaza la coleta.
El mejor de los carteles
se presenta en esta feria,
el pueblo está encantado,
se lidian toros a muerte
que hace cinco años nacieran,
de vacas muy encastadas
en la finca ganadera.
Fueron becerros hermosos
hijos del toro “El Catrino”
un semental cornifino
traído desde Ensenada
para cargar la vacada.
Fuertes, sanos, poderosos,
crecen libres en potreros
de pastos y zacatales
que fueran algodonales.
Se mojan en los riachuelos
de corrientes humedales,
descansando entre las frondas
de sabinos y cedrales
para jugar con las ramas
de canelos y manglares.
Una mañana de Enero,
regios sus cuerpos miraron
retratados en las aguas,
entre el croar de las ranas
que admiraron su trapío,
justo en las aguas del río.
Y con sorpresa descubren
que la edad de la ternura
el tiempo se la ha robado
y en su lugar ha dejado
La fuerza, el poder, el valor,
Y de pronto se miraron
plenos machos, bien armados
cornilindos amarrados
para liza o el combate.
Son las cinco de la tarde
del domingo bullanguero,
la plaza está repleta;
la música de la orquesta
con sus sones y canciones
y la gente se alebresta,
en esta hora funesta.
Se abre del toril la puerta,
y cual saeta florida
adornada con listones,
asoma la negra testa
aturdida por aplausos,
de una multitud asombrada
frente a una lanza de acero,
hundida, al cuello clavada.
Exclamación explosiva
la de la gente de fiesta
cuando atina su mirada
en el toro tan hermoso,
que lanza fuerte envestida
al torero que en desplante,
valiente y con gran talante
rinde su pecho y su vida.
frente a filosos puñales
enclavados en la testa.
La bravura del cinqueño
a toda la gente admira,
y parece que dijera
con un mugido espantoso,
cuando expulsada va al aire
su mirada enrojecida
de ira y dolor cargada,
al profundizarse la herida.
No te pido clemencia
Ni cuartel,
No tengo miedo,
No temblaré, ni tiemblo,
permaneceré impávido,
frente a la tercera estúpida estocada
y después al brutal final
del descabello
El toro astifino
enseña clavada en todo lo alto,
una espada de matar atravesada,
volteando sus ojos rojos de coraje
frente a la muerte que se acerca
despiadada.
Después de la feroz
tortura practicada
el miura azota en la arena
su figura
desmembrada,
batida por la sangre derramada.
Solo se escucha un ohhh, profundo.
Y el grito de toda la gente
Torero. torero, torero,
corre el cielo con estruendo,
para viajar a la dehesa,
a los campos del alcázar.
En aquella lejana provincia
de la estirpe bienamada,
en donde un día pastara
muy tranquila la manada.
Al sonido del clarín
azotando el aire frío,
dos mulas tiran sin brío
del cadáver del castaño,
hermosa bestia que fuera
vilmente asesinada,
quedando sola una
plaza plagada de ovaciones,
por el éxito de la faena terminada.
Ya se presenta la noche,
la tarde de hoy se ha agotado,
la luna asoma por el cielo
y una multitud enloquecida
que pidiera su muerte, despiadada,
sin darle importancia a esta historia,
se aleja con rumbo a casa,
a continuar la diversión en otra plaza
y a tomar la merienda acostumbrada.
De entonces yo siempre miro,
como imagen fantasiosa,
las negras fauces abiertas
de aquel burel mal herido,
ocultándose en las ondas
de los giros y las capas,
para concluir sus andanzas
muerto en el ruedo del coso.
Roberto Reyes Cortes

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