Escrito por Adrián Vásquez, para Plano-Sur.org! En su magistral obra “Fausto”, Goethe, el artista mayor de la literatura alemana, recrea con genial y espléndida maestría el dolor y desgarramiento que acompaña al sabio, deseoso de saberlo todo, de tenerlo todo, de quererlo todo, de hacerlo todo, para luego disolverse en la nada porque, efectivamente, cuando se lo tiene todo no se desea nada y eso, ¿a dónde conduce? A la autoaniquilación, pues quien pudiese realizar tal proeza, o sería un Dios (por completitud), o no sería nada (por la identidad entre universo y existencia). Para lograr su objetivo, Fausto pacta con Mefistófeles, el pérfido diablo, en una alevosa y peligrosa transacción de poder y conocimiento a cambio de la servidumbre de su alma. Lo que nos muestra la obra, a lo largo de su desarrollo, es cómo en ocasiones conjuramos espectros que no podemos luego contener.
Y es eso, precisamente, lo que sucede con el drama endémico de la corrupción, sea en el mundo o en Colombia. Verbigracia, la política de reforma al sector salud, la promesa estrella de Obama en su campaña presidencial, chocó de lleno con el apetito voraz del poderosísimo sector farmacéutico norteamericano, y ni que decir con los grandes empresarios del sector salud (puede verse esto, nítidamente, en el brillante documental de Michael Moore: Zicko). Lo mismo con la quiebra del sector financiero global, que a día de hoy no ha sido reformado, pues en USA manda no Washington, sino Wall Street, o mejor aún: los que en un tiempo especulan en la banca o la industria, son los mismos que después ejercen altos cargos en el gobierno, lo que es conocido regularmente como la “teoría de la puerta giratoria”. Y estos magnates de ayer, que son los funcionarios de hoy (Bush, Cheney, Henry Paulso, etc.) legislan, no en función del interés colectivo, sino en el de su propio colectivo: el de los magnates, en una lucha de clases soterrada e impuesta desde arriba a la propia población (ver, igualmente, el otro documental de Moore: Capitalismo, una historia de amor).
Y en esto consiste, precisamente, la corrupción, definida por Transparencia por Colombia como “abuso de posiciones de poder o de confianza, para beneficio particular en detrimento del interés colectivo, realizado a través de ofrecer o solicitar, entregar o recibir, bienes en dinero o en especie, en servicios o beneficios, a cambio de acciones, decisiones u omisiones”.1
La corrupción es la expresión más acabada de la naturaleza depredadora del modelo neoliberal, que cual Robin Hood a la inversa, invierte la pirámide de la política social, al punto que se roba a los pobres para aumentar las arcas de los grupos de poder. No es broma, no, hasta FEDESARROLLO lo dice, en un artículo reciente del periódico El Espectador, en el que, además, se afirma que el 31% de los subsidios estatales benefician al 20% más rico (¡vaya acto de heroicidad y humanitarismo de la clase dirigente!):
La totalidad de lo que el Estado gasta subsidiando pensiones se lo lleva el 20% más rico de los colombianos; también están mal distribuidos los subsidios que hacen las cajas de compensación familiar y hay preocupación con los subsidios que se otorgan en el régimen subsidiado de salud donde el 20% más rico de los colombianos recibe una parte no despreciable de esas ayudas y no debería ser así.2
Y es eso, precisamente, lo que sucede con el drama endémico de la corrupción, sea en el mundo o en Colombia. Verbigracia, la política de reforma al sector salud, la promesa estrella de Obama en su campaña presidencial, chocó de lleno con el apetito voraz del poderosísimo sector farmacéutico norteamericano, y ni que decir con los grandes empresarios del sector salud (puede verse esto, nítidamente, en el brillante documental de Michael Moore: Zicko). Lo mismo con la quiebra del sector financiero global, que a día de hoy no ha sido reformado, pues en USA manda no Washington, sino Wall Street, o mejor aún: los que en un tiempo especulan en la banca o la industria, son los mismos que después ejercen altos cargos en el gobierno, lo que es conocido regularmente como la “teoría de la puerta giratoria”. Y estos magnates de ayer, que son los funcionarios de hoy (Bush, Cheney, Henry Paulso, etc.) legislan, no en función del interés colectivo, sino en el de su propio colectivo: el de los magnates, en una lucha de clases soterrada e impuesta desde arriba a la propia población (ver, igualmente, el otro documental de Moore: Capitalismo, una historia de amor).
Y en esto consiste, precisamente, la corrupción, definida por Transparencia por Colombia como “abuso de posiciones de poder o de confianza, para beneficio particular en detrimento del interés colectivo, realizado a través de ofrecer o solicitar, entregar o recibir, bienes en dinero o en especie, en servicios o beneficios, a cambio de acciones, decisiones u omisiones”.1
La corrupción es la expresión más acabada de la naturaleza depredadora del modelo neoliberal, que cual Robin Hood a la inversa, invierte la pirámide de la política social, al punto que se roba a los pobres para aumentar las arcas de los grupos de poder. No es broma, no, hasta FEDESARROLLO lo dice, en un artículo reciente del periódico El Espectador, en el que, además, se afirma que el 31% de los subsidios estatales benefician al 20% más rico (¡vaya acto de heroicidad y humanitarismo de la clase dirigente!):
La totalidad de lo que el Estado gasta subsidiando pensiones se lo lleva el 20% más rico de los colombianos; también están mal distribuidos los subsidios que hacen las cajas de compensación familiar y hay preocupación con los subsidios que se otorgan en el régimen subsidiado de salud donde el 20% más rico de los colombianos recibe una parte no despreciable de esas ayudas y no debería ser así.2
Un Estado corrupto como el nuestro, que tiene la impresionante marca de estar en el puesto 7o de 180 países en cuanto a la corrupción, según las observaciones de Transparencia Internacional3, no puede denominarse de otra manera que un “Estado cleptocrático”, donde el timo, el agiotaje, la malversación de fondos, los “regalos” del erario público al empresariado (cualquier parecido con AIS es pura coincidencia, o en su defecto una “conspiración de los terroristas”), la financiación de campañas con dineros non sanctos (del narcotráfico o de los beneficiarios de AIS, pongamos por caso), la toma de las ramas del poder público por los actores del conflicto social y armado, son expresiones más nítidas que el agua, si es posible; y lo es, sin duda, por trágico que parezca.
Según Transparencia por Colombia, citada por la Revista Semana4, las cifras de de la corrupción oscilarían entre los 3 y 4 billones de pesos al año, lo que daría el número aproximado de unos 900 millones de pesos diarios, dinero que serviría para financiar escuelas, hospitales, construcción de viviendas, puentes, carreteras, subsidios al desempleo y muchas otras medidas de tipo social.
Las instituciones vinculadas a la corrupción son tantas, que el solo hecho de aprenderlas de memoria es ya un suplicio de Tántalo, una verdadera pesadilla: Dirección Nacional de Estupefacientes, Incoder, Fondelibertad, Banco Agrario, Inpec, Dian, Inco, son las mencionadas por El Espectador en una nota al respecto5. Por cierto: los escándalos más graves se sucedieron durante los dos periodos de Uribe, lo cual es sintomático, expresivo, de la moral pública de el ex mandatario, que se manifiesta, igualmente, en escándalos como el de la parapolítica (o política de los paras, según se mire), los falsos positivos o las chuza-DAS.
Las instituciones vinculadas a la corrupción son tantas, que el solo hecho de aprenderlas de memoria es ya un suplicio de Tántalo, una verdadera pesadilla: Dirección Nacional de Estupefacientes, Incoder, Fondelibertad, Banco Agrario, Inpec, Dian, Inco, son las mencionadas por El Espectador en una nota al respecto5. Por cierto: los escándalos más graves se sucedieron durante los dos periodos de Uribe, lo cual es sintomático, expresivo, de la moral pública de el ex mandatario, que se manifiesta, igualmente, en escándalos como el de la parapolítica (o política de los paras, según se mire), los falsos positivos o las chuza-DAS.
Esto es, precisamente, de lo que se trata: la corrupción en Colombia es estructural, arraigada y creativa en sus formas de adaptación a los cambios jurídicos y policiales, precisamente porque es fomentada por todos los actores de la vida social: los medios de comunicación con sus narconovelas y sus defensas de las “hazañas” de los parapolíticos, el Estado, con sus acciones alevosas y sus concesiones (mineras, de infraestructura, etc.) marcadas por el espíritu de timo, los partidos políticos cuyas prácticas electorales (trasteo, compra de votos, financiación privada, clientelismo) son un verdadero paradigma de usurpación y cooptación del poder público y una burla a la democracia, hasta la iglesia, que seduce niños y luego campea sobre el “concordato” para verse libre de investigaciones. Ni que hablar de la salud, la educación y otros demonios, demonios todos ellos que, como en la novela de Goethe, ha conjurado la propia clase dirigente, y que ahora no puede contener.
Porque la corrupción en nuestro país ha tomado formas tan elevadas que se convierte en un problema hasta para la propia élite económica y política: de cuenta de esta situación sempiterna, proyectos viales duermen en el tiempo como en el cuento de los hermanos Grimm, en “la bella durmiente”, ralentizando el flujo de mercancías y la competitividad del sector empresarial en el mercado mundial. La corrupción obstruye la construcción de puertos, ferrocarriles, carreteras, sistemas de navegación fluvial, en una espiral ascendente de timocracia-parálisis económica-ineficiencia administrativa-debilidad empresarial. Como Zeus, la corrupción se rebela contra sus propios progenitores, escamoteando sus proyectos económicos. De nuevo, afirma Transparencia por Colombia que:
El soborno como una forma de corrupción disminuye el crecimiento económico, contribuye al aumento de la pobreza, genera una pérdida de confianza que tiene efectos nocivos sobre la gobernabilidad y limita la competitividad a nivel internacional. En el sector empresarial obstaculiza el crecimiento en ventas, reduce la inversión doméstica y extranjera, aumenta los costos de transacción, genera ineficiencia administrativa, disminuye la calidad de productos y servicios, crea desigualdad en las condiciones de competencia y afecta la reputación de las empresas.6
En esas circunstancias, la corrupción se metamorfosea, pasando de ser una práctica privada a una cultura pública, social. A nivel de la vida cotidiana, en las calles y barrios, en las relaciones sociales, los valores del avivato, el timo, el oportunismo, el chantaje, se han convertido en valores dominantes y sedimentados, permitiendo que la corrupción campee a sus anchas por todo el país, y reproduciendo de esta manera un mal que, a fuerza de repetirse, deviene obsceno.
Esta cultura heredada y sedimentada de inclinación a la corrupción divide a la sociedad a la vez que obstruye en buena medida los intentos de reforma, como se pudo apreciar en el “fenómeno Mockus” del año pasado, que logró aglutinar a un sector muy vasto de la sociedad, cansado de la corrupción (“la vida es sagrada”, “los recursos públicos son sagrados”, son estribillos que aún resuenan en mi mente al evocar aquel tiempo), pero que a su vez polarizó al país, luego de una victoria aplastante del chico mimado del poder en Colombia, Juan Manuel Santos, que con billetera llena y “picardía” estilo J. J. Rendón, rebasó sin mayores contratiempos a su rival, hasta podría decirse más: lo apabulló.
Es este el panorama en que nos encontramos al mirar, así sea, somerante, el fenómeno de la corrupción en nuestro país: estructural, institucional, pública y privada, asociada a las mafias y los grupos paramilitares e insurgentes, cultural, moral. Un panorama, por demás, harto sombrío, que obliga a pensar en que solo una transformación social de gran calado podría superar este mal endémico.
Empero, aun cuando trágico y fáustico, hay que oponer aún hoy y aún en nuestro medio la utopía a la realidad macondiana. El mundo está cambiando progresivamente, y esos cambios, que llevan a los árabes a salir a protestar contra la corrupción y las dictaduras, tarde o temprano contagiará a nuestro país, y mientras esto sucede, podemos levantar en alto la consigna del malogrado Gramsci: pesimismo del entendimiento, optimismo de la voluntad.
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1.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/Quees/tabid/112/language/es-ES/Default.aspx
2.Tomado de: http://elespectador.com/economia/articulo-248742-advierten-31-de-los-subsidios-estatales-beneficia-al-20-de-los-r
3.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/EnColombia/tabid/101/language/es-ES/Default.aspx
4.Tomado de: http://www.semana.com/noticias-revista-de-radio/corrupcion-colombia-ensucia-cada-vez-manos/132426.aspx
5.http://www.semana.com/noticias-nacion/corrupcion/149135.aspx
6.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/Porqu%C3%A9lalucha/tabid/99/language/es-ES/Default.aspx
Porque la corrupción en nuestro país ha tomado formas tan elevadas que se convierte en un problema hasta para la propia élite económica y política: de cuenta de esta situación sempiterna, proyectos viales duermen en el tiempo como en el cuento de los hermanos Grimm, en “la bella durmiente”, ralentizando el flujo de mercancías y la competitividad del sector empresarial en el mercado mundial. La corrupción obstruye la construcción de puertos, ferrocarriles, carreteras, sistemas de navegación fluvial, en una espiral ascendente de timocracia-parálisis económica-ineficiencia administrativa-debilidad empresarial. Como Zeus, la corrupción se rebela contra sus propios progenitores, escamoteando sus proyectos económicos. De nuevo, afirma Transparencia por Colombia que:
El soborno como una forma de corrupción disminuye el crecimiento económico, contribuye al aumento de la pobreza, genera una pérdida de confianza que tiene efectos nocivos sobre la gobernabilidad y limita la competitividad a nivel internacional. En el sector empresarial obstaculiza el crecimiento en ventas, reduce la inversión doméstica y extranjera, aumenta los costos de transacción, genera ineficiencia administrativa, disminuye la calidad de productos y servicios, crea desigualdad en las condiciones de competencia y afecta la reputación de las empresas.6
En esas circunstancias, la corrupción se metamorfosea, pasando de ser una práctica privada a una cultura pública, social. A nivel de la vida cotidiana, en las calles y barrios, en las relaciones sociales, los valores del avivato, el timo, el oportunismo, el chantaje, se han convertido en valores dominantes y sedimentados, permitiendo que la corrupción campee a sus anchas por todo el país, y reproduciendo de esta manera un mal que, a fuerza de repetirse, deviene obsceno.
Esta cultura heredada y sedimentada de inclinación a la corrupción divide a la sociedad a la vez que obstruye en buena medida los intentos de reforma, como se pudo apreciar en el “fenómeno Mockus” del año pasado, que logró aglutinar a un sector muy vasto de la sociedad, cansado de la corrupción (“la vida es sagrada”, “los recursos públicos son sagrados”, son estribillos que aún resuenan en mi mente al evocar aquel tiempo), pero que a su vez polarizó al país, luego de una victoria aplastante del chico mimado del poder en Colombia, Juan Manuel Santos, que con billetera llena y “picardía” estilo J. J. Rendón, rebasó sin mayores contratiempos a su rival, hasta podría decirse más: lo apabulló.
Es este el panorama en que nos encontramos al mirar, así sea, somerante, el fenómeno de la corrupción en nuestro país: estructural, institucional, pública y privada, asociada a las mafias y los grupos paramilitares e insurgentes, cultural, moral. Un panorama, por demás, harto sombrío, que obliga a pensar en que solo una transformación social de gran calado podría superar este mal endémico.
Empero, aun cuando trágico y fáustico, hay que oponer aún hoy y aún en nuestro medio la utopía a la realidad macondiana. El mundo está cambiando progresivamente, y esos cambios, que llevan a los árabes a salir a protestar contra la corrupción y las dictaduras, tarde o temprano contagiará a nuestro país, y mientras esto sucede, podemos levantar en alto la consigna del malogrado Gramsci: pesimismo del entendimiento, optimismo de la voluntad.
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1.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/Quees/tabid/112/language/es-ES/Default.aspx
2.Tomado de: http://elespectador.com/economia/articulo-248742-advierten-31-de-los-subsidios-estatales-beneficia-al-20-de-los-r
3.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/EnColombia/tabid/101/language/es-ES/Default.aspx
4.Tomado de: http://www.semana.com/noticias-revista-de-radio/corrupcion-colombia-ensucia-cada-vez-manos/132426.aspx
5.http://www.semana.com/noticias-nacion/corrupcion/149135.aspx
6.Tomado de: http://www.transparenciacolombia.org.co/LACORRUPCION/Porqu%C3%A9lalucha/tabid/99/language/es-ES/Default.aspx
Por. Adrián Vásquez