Cuando el sistema obliga a la gente común a transformarse en revolucionarios, sabes que te encuentras al borde mismo de la historia.
Escrito por Jerome E Roos y Traducido por Nicolás Caitán (Occupy Uruguay). Original version in English here. Tradução em português aqui.
Las revoluciones Tunecina y Egipcia. La Primavera Árabe. El default de Grecia que se avecina. La ruptura cada vez más probable de la eurozona. La segunda ola de la crisis financiera global. El regreso con venganza de la crítica sistémica del capitalismo. El llamado rotundo a nivel mundial por la democracia real. Las dramáticas manifestaciones contra la austeridad, la desigualdad y el neoliberalismo en España, Grecia, Chile e Israel. Los disturbios en Atenas, Londres y Roma. La ocupación de Wall Street y la propagación del movimiento a lo largo de los EE.UU. Las protestas en masivas de millones de personas en 1000 ciudades y 80 países el 15 de octubre. Incluso la muerte de Muammar Gaddafi.
Todo esto apunta en la dirección de una verdad simple pero inequívoca: el 2011 marca el Fin del Fin de la Historia. Más allá del horizonte plano de la democracia liberal y del capitalismo global, los acontecimientos de este año no sólo han abierto un nuevo capítulo en la saga del desarrollo de la humanidad, sino que han sentado las bases mismas de una interminable procesión de los capítulos más allá de esto. Lo que se está destrozando no es tanto el sistema democrático capitalista como tal, sino más bien la creencia utópica de que este sistema es la única manera de organizar la vida social en la eterna búsqueda de la libertad, la igualdad y la felicidad.
Hace casi veinte años, tras el colapso total de la Unión Soviética y el descrédito definitivo del comunismo de Estado, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama conjeturó que “podríamos estar presenciando … no sólo el fin de la Guerra Fría, o el paso de un determinado período de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia occidental liberal como forma final de gobierno humano.” Dos décadas después de la publicación de El Fin de la Historia y al Útimo Hombre (The End of History and the Last Man), la tesis de Fukuyama parece más tambaleante que nunca.
Esto no es repetir el cliché sin fin de la izquierda de que el neoliberalismo está muerto – como Slavoj Žižek ha señalado, la ideología ya ha muerto dos muertes, primero como tragedia después de los ataques terroristas del 9/11, y después como farsa tras la caída financiera mundial de 2008 – sino más bien señalar que el neoliberalismo, como tal, por fin ha sido revelado por lo que siempre fue: una ideología zombie envuelta en torno a la cara de la humanidad, al igual que el calamar vampiro famoso Matt Taibbi, “despiadadamente empujando su embudo sangriento en todo lo que huele a dinero.”
El Emperador Neoliberal No Tiene Ropa
Mientras que 2001 y 2008 marcaron respectivamente, la muerte política y económica del neoliberalismo, 2011 marca el Fin del Fin de la Historia. Recién ahora le queda claro a la gente del mundo que, durante los últimos veinte años hemos simplemente vivido una mentira. De hecho, el consenso popular implícito que una vez legitimó el capitalismo democrático, ahora parece estar desentrañando rápidamente el esquema Ponzi financiero que sustentó la ilusión de su superioridad moral. Después de veinte años de estancamiento de los salarios, el rápido aumento de la desigualdad, el desempleo juvenil galopante y la alienación social generalizada, el estallido de la burbuja crediticia global por fin ha dejado al descubierto la esencia desnuda del sistema.
El capitalismo democrático de libre mercado no es lo que nos dijeron que era: como los últimos años lo han ampliamente demostrado, no es ni libre ni democrático. Se han librado guerras en nombre de las grandes petroleras a pesar de una abrumadora oposición popular. Se han hecho reducciones de impuestos en nombre de los grandes capitales a pesar de un enorme déficit presupuestario. Y ahora, bancos defectuosos están siendo rescatados y recortes draconianos del presupuesto impulsados en nombre de las Grandes Finanzas, a pesar de una abrumadora oposición popular y la evidencia incontrovertible de que esto sólo empeorara el déficit. El sistema ha dejado de tener sentido. Sus contradicciones internas se lo están comiendo desde dentro. Y la humanidad está finalmente despertando a esta realidad.
Así que hoy, una generación entera de jóvenes, privados de esperanza y oportunidad, se está levantando para disputar la absurda noción de que esta desastrosa situación, de alguna manera constituye la culminación de la “evolución ideológica de la humanidad.” ¿Es esto realmente lo mejor que podemos hacer? ¿Es este el nuevo orden utópico que Fukuyama previó cuando denunció la victoria eterna de la democracia liberal y del capitalismo global sobre sus enemigos invisibles? Con los bancos en quiebra, Estados en quiebra y la deuda privada fuera de control, el mundo ideal de Fukuyama sin duda ha comenzado a parecer mucho más endeble ahora que el consumo desmedido alimentado por el crédito que lo sustenta se estrelló de cabeza en su propia e inevitable finalidad.
La magia se ha ido. El hechizo está roto. Y lo que los pueblos del mundo están tratando de dejar en claro a aquellos que están en el poder es que sabemos. Sabemos que el sistema está podrido en su núcleo. Sabemos que sus presuntos éxitos no soportan al escrutinio. Sabemos que la mayoría de sus grandes logros – desde los mercados de capital globales hasta la moneda única europea – fueron construidos sobre arenas movedizas financieras e institucionales. Ysabemos que toda la maldita cosa está a punto de derrumbarse como un castillo de naipes. De Tahrir a Times Square, de Madrid a Madison, de Santiago de Syntagma, sabemos que el emperador neoliberal no tiene ropa.
Gaddafi y Fukuyama: del lado equivocado de la historia
Una de las descripciones más gráficas del Fin del Fin de la Historia es la sangrienta muerte de Muammar Gaddafi. Mientras que los escépticos tienen toda la razón de estar disgustados por la campaña imperial de la OTAN en Libia, muchos en la izquierda todavía no aprecian el enorme simbolismo detrás de la caída del Hermano Líder. Gaddafi, en cierto modo, era la encarnación definitiva del Fin de la Historia. Habiendo llegado al poder como un revolucionario socialista pan-árabe a finales de 1960, terminó como uno de los capitalistas más exitosos del mundo. Mientras que él continuó lamentando retóricamente los males del imperialismo occidental, parecía más que dispuesto a ofrecer el botín de su país a los mismos poderes neo-coloniales a los que tan ávidamente ridiculizó.
De acuerdo con un informe de 2008 que se publicó en Financial Times, Gadafi “ensalzó las virtudes de las reformas capitalistas”. Tratando a Libia como su empresa familiar, acogió a las grandes compañías petroleras, repartiendo contratos lucrativos a empresas occidentales como Eni y Shell. A continuación, dejó que las ganancias se acumularan en su fondo privado “soberano” de riqueza, mientras que alistó a Wall Street para reciclar el surplus de su capital para obtener ganancias adicionales. En el proceso, mientras que el pueblo libio se mantuvo paralizado por un subdesarrollo crónico, Gaddafi desvió $168 billones de las riquezas de la nación en el extranjero. No es de extrañar que Occidente de pronto estuviera tan feliz de ser su amigo.
Sin embargo, lo que es más revelador acerca de Gaddafi no es su repentina conversión del libertador socialista al capitalista opresor, ni su estrecha relación con el establishment neoliberal de Occidente. Lo que es más revelador es su conexión personal con Francis Fukuyama. Ya en 2006-2008, Fukuyama fue parte de un grupo selecto de líderes intelectuales del mundo los que fueron reclutados – y generosamente remunerados – por Monitor Group, una firma de relaciones públicas con sede en E.E.U.U. asesorada por ex-directores del MI6 y de la CIA, para ayudar a pulir la imagen de Gadafi en Occidente, como parte de una ofensiva masiva diseñada para ayudar a legitimar la incursión de Libia en el Fin de la Historia. De acuerdo con documentos secretos filtrados por ex-funcionarios libios, “Fukuyama hizo dos visitas a Libia (del 14 al 17 de agosto de 2006 y del 12 al 14 enero de 2007).”
Fukuyama dio una conferencia en el Centro Griego del Libro en Trípoli y dio una clase sobre Libia en la Universidad Johns Hopkins. También ofreció una conferencia, titulada “Mis conversaciones con el líder”, que marcó “la primera vez en que el Libro Verde ha sido una lectura obligada para los estudiantes de una de las escuelas de política pública líder en el mundo.” Aparentemente, no sólo nosotros, sino el propio Fukuyama cree en Gaddafi como la encarnación del Fin de la Historia. Su derrocamiento, por lo tanto, incluso si nunca hubiera tenido éxito sin el poder militar de Occidente imperial, socava por completo la tesis de Fukuyama. Después de todo, si había llegado verdaderamente el Fin de la Historia, ¿cómo podría el autor de esta tesis terminar tan descaradamente él mismo en el lado equivocado de la historia?
El Colapso de la Zona Euro como el Fin del Fin
Pero Gaddafi no fue el único “error” histórico de Fukuyama . En respuesta a las acusaciones de que el Fin de la Historia fue un argumento puramente americocentrista, en 2007 Fukuyama escribió un artículo para The Guardian afirmando retroactivamente que “El Fin de la Historia nunca estuvo vinculado a un modelo específicamente estadounidense de organización social o política … Yo creo que la Unión Europea refleja con mayor precisión que los Estados Unidos comtemporáneo cómo se verá el mundo al final de la historia.” A juzgar por el destino de la Unión Europea, irónicamente resulta que Fukuyama, terminó teniendo razón de manera equivocada.
Como el New York Times publicó el otro día, “el euro fue un proyecto político destinado a unir a Europa tras el colapso soviético en una esfera de prosperidad colectiva que conduciría a un mayor federalismo. En cambio, el euro parece estar separando a Europa … (hay) una tensión en el sistema político y una duda acerca de las instituciones democráticas que no habíamos experimentado desde la caída de la Unión Soviética.” La profunda integración económica de Europa, en plena consonancia con la filosofía del Fin de la Historia, produjo una situación tan tendiente a la crisis que el futuro de la economía mundial ahora depende de la suerte de un único Estado miembro de la UE – uno que sólo representa el 2 por ciento del PBI total de la UE: Grecia.
Pero Grecia es sólo el canario en la mina de carbón. Es un síntoma, no la causa de la crisis de Europa. Cuando Grecia declare el default, sólo será cuestión de tiempo antes de que los inversores pierdan la fe en Italia y España. Ambos son considerados demasiado grandes como para quebrar – pero también demasiado grandes como para ser salvados. El fondo de rescate europeo no es lo suficientemente grande como para salvarlos, y Alemania y Francia están atrapados en un callejón sin salida sobre la forma en cómo agrandarlo. Al mismo tiempo, el insolvente sistema bancario de Europa está al borde del colapso. Un default griego llevará innumerables bancos a la quiebra, obligando a los gobiernos núcleo a repartir rescates masivos una vez más. Esto, a su vez, agravará aún más sus niveles de deuda soberana y por lo tanto sus calificaciones crediticias, llevando la crisis de la deuda “Griega” directo al corazón del capitalismo europeo.
El resultado en otras palabras, es que no hay manera fácil de salir de esta crisis – ni siquiera los tan alabados eurobonos, como Martin Wolf ha señalado recientemente para Financial Times. El euro, ese gran proyecto de la élite que estaba destinado a ser el pináculo de la integración europea, está vacilando. En este proceso, las instituciones post-ideológicas tecnocráticas de la UE han perdido los últimos vestigios de la legitimidad que les quedaba. El edificio se cae a pedazos, y francamente, nuestros líderes no tienen ni idea de qué hacer al respecto. La crisis de Europa, al final del día, es la crisis del mundo. Y está lejos de ser una crisis meramente económica: en el fondo, estamos frente a lo que Joseph Stiglitz ha llamado la crisis ideológica del capitalismo. Esto está obviamente muy lejos de ser el “punto final de la evolución ideológica de la humanidad”.
La Crisis del Capitalismo y el Retorno de lo Reprimido
Por lo tanto no es de extrañar, que el 2011 haya sido testigo del regreso – con venganza – de la crítica sistémica del capitalismo. En las últimas semanas, publicaciones pro libre mercado como el Wall Street Journal, Financial Times, Business Insider y Fortune han admitido que en realidad Karl Marx podría haber estado en lo cierto acerca de la tendencia del capitalismo a la autodestrucción. La razón de este repentino resurgimiento de la crítica marxista de la economía política es doble: primero, la naciente comprensión entre las élites de que estamos entrando en un espiral hacia otra Gran Depresión. Y en segundo lugar, la represión sistemática de la imaginación radical que el mundo post-ideológico de Fukuyama ha provocado.
En este sentido, se puede dibujar una línea directa desde el eslogan de Margaret Thatcher, “no hay alternativa” (there is no alternative), a la respuesta de la política neoliberal sobre la crisis financiera. Mientras que los banqueros se han repartido bonos suntuosos, al resto de la población se le dice que simplemente no hay alternativa a las medidasdraconianas de austeridad. La narrativa ideológica es el misma en todas partes: “todos estamos juntos en esto, todos tenemos que apretarnos el cinturón”, pero en realidad el mensaje implícito es: “no se atrevan a imaginar una alternativa.” Sin embargo, como Matt Taibbi señaló recientemente, un impuesto pequeño del 0,1 por ciento sobre todas las operaciones en acciones y bonos y un impuesto de un 0,01 por ciento en todas las operaciones de derivados (derivatives), podría pagar la totalidad de los rescates financieros de los EE.UU., tornando el “necesario” apretarse el cinturón, innecesario. Esa es una alternativa creíble. ¿Por qué no se está discutiendo?
En 2009, Fukuyama publicó un artículo en Newsweek con el título triunfador “La historia todavía está acabada“, en el que afirmaba que, a pesar del hecho de que “la crisis comenzó en Wall Street -el corazón del capitalismo global – … la legitimidad del sistema global puede haber sido golpeada, [pero] no se rompió.” Dos años más tarde hubiese podido observar las quemas de las calles de Londres, Roma y Atenas; la ocupación pacífica de Wall Street, Puerta del Sol, Syntagma, y cientos de otras plazas en todo el mundo, el día mundial sin precedentes del 15 de octubre, con protestas en casi 1.000 ciudades en más de 80 países. Testigos de la ira. La frustración. La indignación. Es aquí. La legitimidad se está rompiendo. Fukuyama, al parecer, estaba festejando demasiado pronto.
En un sentido freudiano, estamos presenciando el retorno de lo reprimido. Si desde hace dos décadas se le dice a la gente que no hay alternativa al mundo en que viven, y si en el ínterin se le quitan sus ingresos, sus derechos, sus servicios públicos, y sus últimos rastros de dignidad, se puede esperar que la represión psicológica del potencial revolucionario se manifieste de alguna u otra forma, tarde o temprano. Si se reprime una ideología coherente de emancipación de las masas, como el Fin de la Historia tuvo la intención de hacer, se termina literalmente con los disturbios incoherentes y a-políticos de Londres. En este sentido, lo más importante que las revoluciones de Túnez y Egipto han hecho fue ayudar a recordarle a la humanidad que en realidad hay una alternativa al status quo – que existe un “afuera” al capitalismo global sin restricciones.
El levantamiento de los Indignados y la Crisis de la Democracia
Las revoluciones árabes dieron coraje a los jóvenes alienados de Europa y América para comenzar a soñar de nuevo, para reclamar su imaginación radical de cara a una de las mayores crisis de legitimación en la historia de la democracia liberal. A medida que una conciencia crítica se abre paso de nuevo en el discurso dominante, la hegemonía cultural del neoliberalismo se encuentra en peligro nuevamente. Los primeros signos de esta conciencia crítica emergente comenzaron a aparecer en Madrid el 15 de mayo. Unos días más tarde, la BBC informó que una manifestación al estilo Egipcio estaba creciendo en España. Durante el próximo par de semanas, cientos de miles de personas de todas las clases sociales se manifestaron por la noche en todo el país a medida que el movimiento indignados se extendía portoda Europa.
El 17 de septiembre, el movimiento español 15-M culminó en un día de acción global contra los bancos y la ocupación de Wall Street, solicitada por la revista anti-consumista canadiense Adbusters. La protesta de Wall Street ayudó posteriormente a catalizar el próximo día mundial de acción, solicitado por los manifestantes españoles para el 15 de octubre. Bajo el lema “Unidos por el cambio global”, la resistencia global creció en proporciones verdaderamente sin precedentes, con protestas simultáneas en 1.000 ciudades en más de 80 países. Con su declaración ingenua de que “la legitimidad del sistema global no se rompió,” Fukuyama una vez más se encuentra del lado equivocado de la historia.
Después de todo, si la democracia liberal es realmente la culminación de la evolución ideológica humana, ¿cómo es que millones de personas están saliendo a las calles en todo el mundo demandando algo diferente? Si la democracia representativa es la misma cima, ¿por qué estos jóvenes cantan “no nos representan”, y ¿por qué claman por una verdadera democracia en su lugar? Como los movimientos de masas en Israel y Chile lo demuestran, el fenómeno no puede reducirse solo a la crisis, incluso sus economías en auge no pudieron detener la marea de indignación que inundó sus calles. La verdad, el problema va mucho más allá. Como a los indignados les gusta cantar, “no es la crisis, es el sistema.”
Zygmunt Bauman pone el dedo en el meollo del problema: mientras que la política se ha mantenido a nivel nacional, el poder se ha evaporado en los flujos globales. El cambio tecnológico y las reformas neoliberales han conspirado para crear una situación en la que gobiernos elegidos democráticamente ya no tienen el poder de transformar sus promesas en políticas. Nos encontramos con una situación donde el voto no es acerca de qué políticas nuestros gobiernos deben poner en práctica, sino más bien acerca de quién debe poner en práctica las políticas exigidas por el sector financiero. Llamar a esto democracia parece absurdo. El aumento de la indignación no es más que la realización colectiva de que la democracia representativa liberal, bajo las condiciones de una profunda integración económica, no es realmente liberal o representativa en absoluto. El Fin de la Historia, en lugar de consolidar la democracia como la forma final de gobierno humano, la ha debilitado por completo.
El Borde de la Historia y el Retorno de la Política Contestataria
El Fin del Fin de la Historia no es lo mismo que el fin del neoliberalismo. Como vimos anteriormente, las ideologías zombi tienen su manera de vagar más allá de su fecha de caducidad. Mientras que haya capitalistas (o aspirantes a capitalistas), siempre habrá una forma u otra de la filosofía capitalista. El Fin del Fin de la Historia no es tanto acerca de la erradicación de la visión individualista del mundo del capitalismo, lo cual es imposible sin recurrir al tipo de tácticas de Estado represivas que estamos tratando de superar, sino más bien acerca del regreso de la acción política contestataria como la característica definitoria de la vida social. En otras palabras, el Fin del Fin de la Historia no es tanto acerca de la superación de la lucha política como de la constatación de que por definición, no podemos superarnunca la lucha política. Mientras haya injusticia, habrá lucha – y puesto que siempre habrá injusticia, siempre habrá lucha.
El Fin de la Historia, por lo tanto, no es ni posible ni deseable. El anhelo de una fase final de desarrollo institucional e ideológico, en el que los desacuerdos y conflictos han sido desterrados del reino de la realidad social, o es puramente totalitario o puramente utópico. Mientras que ciertos anhelos utópicos pueden servirnos de inspiración para elevarnos a estadios cada vez más altos como especie, siempre debemos recordar que ningún orden social se da para siempre. Nuestra utopía siempre debe seguir siendo el deseo espiritual que nos impulsa a la acción, pero debemos aceptar el hecho de que nunca podrá convertirse en una realidad. La historia simplemente nunca termina. Como el neo-gramsciano Stephen Gill dijo, “la historia está siempre en elaboración, en una interacción compleja y dialéctica entre la acción (agency), estructura, conciencia y acción (action).” O, como el Subcomandante Marcos dijo de manera un poco más poética, “la lucha es como un círculo: se puede empezar en cualquier lugar, pero nunca se detiene.”
En un excelente artículo de opinión publicado días pasados en The Guardian, Jonathan Jones miró una imagen deOccupy Wall Street e hizo una observación sorprendente:
Esta es una fotografía de un punto de inflexión en la historia, no porque el movimiento Occupy necesariamente tendrá éxito (lo que sea que el éxito pueda ser), sino porque se ha puesto de manifiesto las posibilidades de cambios profundos en el debate en un mundo que hasta hace poco parecía estar de acuerdo acerca de los fundamentos económicos. Occupy Wall Street y el movimiento global que está inspirando pueden aún probar ser una llamada eficaz para el cambio, o pasar como una nube de verano. Ese no es el punto. Ni siquiera importa si la protesta es correcta o incorrecta. Lo que importa es que el capitalismo sin restricciones, una fuerza para el dinamismo económico que parecía inexpugnable, más allá del reproche o la reforma, un monstruo al que hemos aprendido a estar agradecidos, de repente encuentra su fealdad ampliamente comentada, expuesta entre las luces de Times Square. El Emperador de la economía no tiene ropa.“Este es un momento increíble”, continúa. “Pellízcate tu mismo”. El 2011, con todas sus crisis y revoluciones, marca lo que Slavoj Zizek en su discurso en Zuccotti Park, llamó “el despertar de un sueño que se está convirtiendo en una pesadilla.” Esto marca el regreso de la política contestataria. Y, como tal, marca el Fin del Fin de la Historia. No es que la historia se haya detenido alguna vez – simplemente nos confundimos por un tiempo por el colapso del archi-enemigo del capitalismo , y pensamos que así había sido. Pero el hecho de que la historia todavía se está haciendo queda capturado en los titulares de los diarios, en las poderosas fotografías, y en las palabras de una simple mujer de clase media en Grecia durante la huelga de 48 horas en octubre: “Nunca he sido de izquierda “, dijo, “pero nos han empujado a convertirnos en extremistas.” Cuando el sistema obliga a la gente común a transformarse en revolucionarios, sabes que no te encuentras en el Fin de la Historia. Te encuentras al borde mismo de ésta.
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