Escrito por Jose Fernando Ocampo.
El gran dilema de Bolívar fue el sistema de gobierno que debía adoptar para las naciones recién liberadas del yugo colonial. Su revolución victoriosa había sido hija de la Revolución Norteamericana, de la Revolución Francesa y de las ideas libertarias de la escolástica radical enseñada en las aulas de las instituciones educativas de entonces. Pero su íntimo contacto con el pueblo por años de lucha y de recorrido por el norte de Suramérica lo habían llenado de dudas profundas sobre las condiciones concretas de un gobierno eficaz que reconstruyera estas naciones. De allí salió un proyecto de constitución para Bolivia, aristocrático y dictatorial; impuso una dictadura en Perú; entabló un gobierno autocrático en Bogotá. No era extraño. Una corriente monárquica recorría las nuevas naciones. México había declarado su independencia como monarquía. Brasil importaría un príncipe portugués. San Martín se inclinaba también por la monarquía. Miranda había quedado embelesado con las cortes europeas que había recorrido incluyendo el ejército francés al mando de emperador Bonaparte. Se había logrado la liberación de España pero no había acuerdo sobre el sistema de gobierno para los nuevos países. En realidad, los discursos de Bolívar y su correspondencia más conocida, desde la Carta de Jamaica hasta su discurso en el Congreso de Angostura de 1819, dejan un marcado acento monárquico y autoritario. Su admiración por Inglaterra—ya para entonces un imperio colonial—y su sistema de gobierno, superaba todos los límites. Y en sus últimos cinco años de gobierno y de vida mantuvo contactos con los ingleses a favor de una monarquía para la Gran Colombia.
Bolívar mantuvo correspondencia con los delegados ingleses en estos países, en la que declaró su admiración por la corona y sus intenciones monárquicas. Sus declaraciones a favor de Inglaterra y de la corona son numerosas. Como dice Arciniegas: “Lo de Bolívar e Inglaterra es una historia melancólica, dramática.” Y con esa pasión americanista que fue su enseña, añade: “Puso el Libertador toda su esperanza en una potencia extraña a América, con mal pasado colonial, y ni ella misma lo escuchó” (En Bolívar y la revolución, pag. 75). Bolívar negoció la traída de un príncipe con los siguientes cónsules ingleses, enviados del secretario de relaciones exteriores británico, George Canning: capitán Thomas Maling en Lima; el comisionado británico en Lima y Bogotá, Patrick Campbell; Alexander Cockburn, ministro plenipotenciario británico en Bogotá; William Turner, ministro embajador en Bogotá. Su correspondencia con Maling y Campbell no deja dudas sobre su tendencia monárquica y pro inglesa. Al capitán Maling le escribe en 1824: “Ningún país es más libre que Inglaterra, con su bien reglamentada monarquía; Inglaterra es la envidia de todos los países del mundo y el modelo que todos desearían seguir al formar un nuevo gobierno o dictar una nueva Constitución…
Deseo que usted tenga la plena seguridad de que yo no soy enemigo ni de los reyes ni de los gobiernos aristocráticos…” Y a Campbell le responde sobre su propuesta de un príncipe inglés en 1825: “Inglaterra es, una vez más, nuestro ejemplo, cuán infinitamente más respetable es vuestra nación, gobernada por reyes, lores y comunes que aquella que cifra su orgullo en una igualdad que no alcanza a suprimir la tentación de ejercerla en beneficio del Estado. … Si hemos de tener un nuevo gobierno, que tenga por modelo el vuestro, y estoy dispuesto a dar mi apoyo a cualquier soberano que Inglaterra quiera darnos” (En J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña por América Latina (1808-1818).
A finales de 1829, muy cercana su renuncia y su muerte, Bolívar continúa con su idea monárquica, a pesar de la dudas de que su aceptación de un príncipe inglés no le fuera a traer más resistencia en Bogotá y más enemistad de los estadounidenses. Le dice a Campbell: “Estoy muy lejos de oponerme a la reorganización de Colombia según el modelo de la esclarecida Europa. Por el contrario, sería muy feliz y pondría todas mis fuerzas al servicio de una obra que podría llamarse de salvación.” Es en ese contexto cuando Bolívar escribe esa famosa frase contra Estados Unidos, enviada al representante de la monarquía inglesa, nada menos, lleno de temores de una oposición democrática que crecía contra su dictadura, de que fuera a instaurar la monarquía: “¿Qué oposición no sería ejercida por todos los nuevos Estados americanos? ¡Y por los Estados Unidos, que parece destinado por la Providencia a desatar sobre América una plaga de sufrimientos en nombre de la Libertad!” Se trata, pues, de una frase monárquica, utilizada por tirios y troyanos contra Estados Unidos, en ese momento vanguardia de la democracia y de la revolución burguesa mundial—todavía a casi un siglo de convertirse en la potencia imperialista que se apoderaría de Panamá—mientras Europa se llenaba de monarquías que buscaban la restauración del régimen feudal.
No es extraño, entonces, que al dejar Bolívar el gobierno, desilusionado y angustiado, tras conatos de guerra civil, fuera sucedido por el general Rafael Urdaneta y fuera aprobado por unanimidad en su Consejo de Ministros la traída de un príncipe inglés. Eran los monárquicos seguidores radicales de Bolívar, quienes pondrían las bases de guerras civiles y enfrentamientos sin fin durante el siglo XIX hasta la guerra de los Mil Días. Por fortuna, el gobierno inglés nunca estuvo interesado, al final, en la monarquía colombiana soñada por Bolívar y sus incondicionales, muy posiblemente debido a los acuerdos estratégicos con los estadounidenses sobre América por la “doctrina Monroe”, ni en el príncipe que le solicitaba el gobierno de Urdaneta, porque no les merecía ninguna atención. Con la caída del gobierno y la muerte de Bolívar, terminarían en Colombia las tendencias monárquicas.
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