Referirse a la llamada Doctrina Monroe en la historia de América es como levantar una gran polvareda de tendencias, contradicciones, posiciones, enfrentamientos, de una historia de dos siglos. En ella se puede sintetizar la historia moderna de América. Pero eludir su significado puede implicar que se ignore el sentido de la independencia de un pedazo del mundo que pasó por tres siglos de dominación colonial y arriesgar la comprensión de su historia contemporánea.
Son varias las dificultades que enfrenta la posibilidad de hacer un planteamiento histórico acertado. Una, la política estadounidense en Colombia desde el robo de Panamá hasta el presente. Otra, la influencia de la historiografía mexicana y cubana posterior a sus dos revoluciones, determinada por las intervenciones de Estados Unidos. Y, además, el cambio histórico operado por Estados Unidos, de vanguardia de la revolución democrática mundial del siglo XIX en una potencia poderosa y agresiva del siglo XX.
Se trata de las relaciones de Estados Unidos con Colombia, sobre las que se pueden distinguir cuatro etapas. La del período de la guerra de independencia de relativa indiferencia hasta el reconocimiento de la soberanía de Colombia en 1822; la del período republicano de alianza estratégica en el siglo XIX, sin interferencia alguna significativa; la del robo de Panamá hasta el final de la Segunda Guerra Mundial con el control del petróleo, el Tratado de Comercio de 1935 atentatorio contra la soberanía y una modernización adecuada a sus condiciones de intervención económica; y desde allí hasta el presente, de dominio sobre la economía nacional en especial por planes de desarrollo de endeudamiento externo, el dominio del capital financiero y la injerencia política permanente hasta el tratado reciente de utilización de las bases militares. Las dos primeras no tienen carácter colonialista o imperialista. Las dos últimas definen el proceso y el ejercicio de dominación indirecta por medios económicos y hasta de posibilidades de una dominación directa. Distinguir el carácter de esta relación con sus características profundamente diferentes, permite comprender el sentido de la Doctrina Monroe.
El debate entre los historiadores colombianos ha sido agudo. Y, en mucho, distingue sus orientaciones políticas y su visión sobre la realidad colombiana contemporánea. Indalecio Liévano Aguirre inspiró toda una tendencia de la llamada “nueva historia”, desde la defensa de Bolívar monárquico hasta la del régimen feudal de Núñez. Germán Arciniegas se mantuvo en una posición americanista que no le perdona a Estados Unidos su transformación en potencia imperialista. Por eso Arciniegas se separa tanto de Liévano Aguirre sobre el carácter de la Doctrina Monroe. Liévano coincide con los historiadores de la revolución mexicana como Carlos Pereyra y José Vasconcelos, para quienes la Doctrina fue siempre un instrumento del expansionismo estadounidense, con lo cual tergiversan su sentido histórico de defensa continental por más de medio siglo, que sí acoge Arciniegas .
Fue Santander, y no Bolívar, en el mensaje que dirige al Congreso de 1824 en calidad de vicepresidente, quien comprendió el sentido del mensaje del presidente Monroe al Congreso de Estados Unidos: “Semejante política consoladora del género humano,” dice, “puede valer a Colombia un aliado poderoso en el caso de que su independencia y libertad fuesen amenazadas por las potencias aliadas. El Ejecutivo no pudiendo ser indiferente a la marcha que ha tomado la política de los Estados Unidos, se ocupa eficazmente en reducir la cuestión a puntos terminantes y decisivos.” Se había formado en 1815 la Santa Alianza de dos potencias feudales europeas y se había recompuesto por la Cuádruple Alianza de Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra, a la que se uniría pronto España. Surgía en América el temor y la sospecha de una verdadera alianza de las potencias europeas por la reconquista de América. Por eso Sucre le escribe a Bolívar en medio de la campaña del sur: “En este año veremos el desenlace de Europa, el cual va más que nada a decidir de la América. Todo colombiano debe ahora poner un ojo en el Perú, y otro en la Santa Alianza. Esta maldita coalición de los Reyes de Europa me hacen temer mucho de la existencia de nuestras instituciones; no puede negar usted que más cuidado me da de ellos que de los godos del Perú…Creo que usted cuenta más que demasiado con los ingleses; estos serán como los demás, amigos de tomar su parte, y lo único que harán por su poder será tomar la mejor parte…” (En Arciniegas, Bolívar y la revolución, pag. 130).
En diciembre de 1823, fecha del discurso del presidente Monroe al Congreso sobre la defensa de América, la posibilidad de una reconquista europea no estaba descartada. Pero poco a poco, una tras otra, las potencias europeas fueron reconociendo la realidad de la independencia americana. Y hacia mediados del siglo la historia de América tomó otro giro, una vez alejado el peligro de la reconquista. En América del Norte la recomposición de Estados Unidos con la incorporación de Florida, Louisiana y las provincias de México. En América Central la división en pequeños países después de separarse de México y Colombia. En América del Sur con guerras y transacciones que reestructuraron los límites heredados de la Colonia. Pero al llegar el cruce de los dos siglos, la guerra hispano-norteamericana y el robo de Panamá por Estados Unidos determinan su transformación en una potencia imperialista que se lanza a la conquista de mercados de capital, una vez en el mundo se ha agotado la posibilidad de nuevas anexiones territoriales.
La Doctrina Monroe, entonces, cambia de carácter, se incorpora al del Destino Manifiesto, al de la Enmienda Platt, a la de las invasiones en América Latina. Así lo declaraba Teodoro Roosevelt en su mensaje al Congreso un año después de Panamá: “Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, y en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe, puede forzar a los Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia.” (Mensaje al Congreso, diciembre de 1904). De allí resultarían las intervenciones de Estados Unidos en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, México, Guatemala, Panamá, Granada. Y así prepararía las condiciones de su dominio económico con misiones económicas, tratados de comercio, planes de defensa continental y protección de su área de influencia estratégica. Como diría Arciniegas al concluir su artículo sobre Monroe: “Cerrándole el paso al imperialismo yanqui, y colocados en el mismo nivel los Estados Latinoamericanos, se volvería al pensamiento original que de Angostura pasó a Bogotá y de Bogotá a Washington, cuando de norte a sur y de sur a norte lo que se buscaba era una definición continental, hecha con los ingredientes de la república, del gobierno representativo, de la libertad. Es decir: la independencia continental.” (op. cit., pag. 136).
Autor: Jose Fernando Ocampo
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