Escrito por Alfredo Molano.
UN SIGLO DESPUÉS DE QUE LA MARIhuana fuera declarada ilegal en California, el próximo 2 de noviembre la yerba podría ser legalizada en ese Estado, el más rico y liberal de EE.UU., donde la revolución mexicana había despertado antipatías, a comienzos del siglo XX, sobre todo por la posibilidad de la expropiación de tierras de empresarios norteamericanos, uno de los cuales era ni más ni menos que el señor Hearst, magnate de la prensa y creador del amarillismo, que Orson Welles retrató en El ciudadano Kane.
La imagen del mexicano borracho, flojo, tramposo, fue fabricada en sus periódicos y sirvió como caballito de batalla para que a partir de 1937 la marihuana fuera prohibida en EE.UU. En 1962 Washington logró que la Convención Mundial de Drogas de Naciones Unidas la considerara un narcótico ilegal, lo que no impidió que fuera, junto con el opio y la coca, la droga que consumían las fuerzas norteamericanas para luchar en Vietnam. Y por allí nos llegó a nosotros. Ex combatientes norteamericanos asociados a contrabandistas costeños fueron los padres fundadores del narcotráfico en el país. De ser un insumo de guerra, la marihuana pasó a ser el objetivo militar de la guerra contra las drogas decretada en septiembre de 1989 por Bush padre; dos meses después cayó el Muro de Berlín.
Desde entonces, la droga sustituyó el comunismo, el oso ruso, la amenaza soviética. El presidente Barco ratificó el Tratado de Extradición con EE.UU. La respuesta del narcotráfico fue violenta: bombas en supermercados, aviones, cuarteles. Sus ondas explosivas no han cesado. La extradición obliga al narcotráfico a un pacto tácito: bajas de guerrilleros a cambio de embarques coronados. El paramilitarismo se tomó el país entero. La guerrilla se fortaleció con la ilegalidad de la marihuana, la cocaína y la heroína. Los gastos de guerra contra el narcotráfico, la guerrilla y la delincuencia común que el Estado, convertido en una máquina de represión, debió asumir, se dispararon. Todo bien es susceptible de ser convertido en una vitualla, en un objeto de extorsión, en un insumo de guerra. La motosierra, los cilindros bomba, las minas quiebrapatas, los bombardeos indiscriminados, los secuestros, los falsos positivos, las desapariciones forzadas, todo lo que todos sabemos y queremos olvidar debe ser abonado en la cuenta de la ilegalización de la droga.
La guerra contra la droga —inútil y sangrienta— ha hecho crisis en México. Las cifras son pavorosas: entre 2006 y 2010 se contabilizan 28.000 asesinatos. El aumento de la violencia está asociado a la vinculación del Ejército a la lucha. México exporta 20.000 toneladas de marihuana a EE.UU. La sangre amenaza con pasar la frontera y convertirse en un conflicto interno. En Oakland la marihuana ya fue legalizada por razones pragmáticas e ideológicas. En California, que tiene un gigantesco déficit fiscal, el 56% de sus ciudadanos son partidarios de legalizar la marihuana. Si el referendo es aprobado, todo ciudadano podría poseer 28 gramos y cultivar hasta dos metros cuadrados de yerba. Los impuestos que recibiría el Estado podrían ser del orden de 1,2 billones de dólares al año. Si el referendo de noviembre aprueba la legalización, el presidente Obama tendrá un hueso duro de roer, a pesar de que el tema no ha trascendido a las elecciones legislativas que tendrán lugar el mismo día. Se gane o se pierda la votación, lo que no se puede poner en duda es que el péndulo ha comenzado a moverse en contra de la absurda prohibición de la droga y por tanto es una esperanza de que la guerra, por lo menos la nuestra, se debilite.
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