“Si la ciencia fuera tan efectiva para lidiar con el comportamiento humano, la sicología habría acabado tajantemente con las religiones. Nada más lejos de la realidad”.
El noble propósito de los Demócritos, los Epicuros, los Voltaires, los Nietzsches, en fin… ya se ha entendido. En serio, ¡ya se ha entendido! Son bien conocidas por cualquier persona con fundamentos básicos de Historia Universal las razones que nos han llevado (sobre todo a los Occidentales) a descreer de las religiones. Aclaremos la primera generalización: ¿Cuáles religiones? Hablar es barato: religión no es un término unívoco, homogéneo; muchas personas dicen “religión” refiriéndose a la pertenencia a uno de los grandes cultos institucionalizados o más específicamente a la Iglesia Católica, por dar un par de ejemplos. Seamos más rigurosos y más responsables.
Siendo este un artículo introductorio, digamos solamente que el concepto amplio de religión tiene que ver con determinada interpretación del mundo, que al igual que la ciencia ha existido desde los albores de la humanidad. Volviendo a por qué descreemos de las religiones, notaremos que las críticas más comunes suelen dirigirse al infortunado papel desempeñado por la Iglesia Católica en la Historia Universal. Otro tanto puede decirse del Islam y en este punto hay que concederle a los críticos laicos la razón en lo siguiente: el carácter herméticamente cerrado del mito (recordemos que el mito es a la práctica religiosa lo que las teorías y el método científico son a la ciencia) es responsable en parte de los dogmatismos y fundamentalismos.
La otra parte se la debemos a las corporaciones más antiguas de la historia: las iglesias, que han prostituido las creencias religiosas de la peor manera. Adelantemos entonces una conclusión: para pensar en una humanidad solidaria, enfocada en el bien colectivo, debemos concederle a Jacque Fresco, así como a Bill Hicks y tantos otros críticos modernos, que hay prácticas relacionadas con la vida religiosa que ya son obsoletas y deben ser descartadas. Las iglesias (corporaciones de la fe) no tienen razón de ser en el mundo mejor que proyectamos. En cuanto al mito, no existe necesidad alguna de creerlo irreflexivamente, lo que tampoco implica desconocerlo ni incurrir en el irrespeto de tildarlo de mera habladuría. ¡Es el saber que nos legaron nuestros ancestros de todo el mundo!
Podemos utilizar nuestra herramienta más poderosa, la razón, para interpretarlo y obtener de él el mayor provecho, además de conservarlo como patrimonio de la humanidad. Recordemos que las prácticas ancestrales que el mito enseña a efectuar también pueden ser traducidas en ciencia y muchos pueblos ancestrales que aún existen están abiertos a compartir ese saber con nosotros. Llegamos así a la conclusión de este breve artículo. Reitero que es un artículo introductorio que apenas vislumbra una propuesta, cuyo desarrollo y fundamentación seguramente tomarán bastante tiempo. Teniendo claro que no somos borregos, que queremos pasar “del dicho al hecho”, que no vamos a seguir el juego de las iglesias (corporaciones de la fe), todavía nos queda, a mi entender, el 90% del fenómeno religioso por abordar y mucho que aprender del mismo.
Antes de proponer algo concreto, quiero compartir las preguntas que me motivaron a escribir este artículo. ¿Cómo vamos a abordar y encaminar la espiritualidad en el mundo que queremos tener? ¿Qué o quién nos va a guiar en la vivencia de esa espiritualidad? Pongo un ejemplo concreto: ¿Quién le enseñó a meditar al primer Occidental que lo hizo? Ustedes piensen y respóndanse. Mi propuesta, que trataré de desarrollar en lo sucesivo, es dejar de lado el cliché de criticar la religión y más bien re-significarla, o mejor, devolverle sus significados originales. Traté de remitirme a la academia (en este caso la etimología) para dar cuenta de esos significados, pero lo que encontré fue la eterna polémica entre concepciones favorables y desfavorables de la religión, cada una tratando de probar su punto con base en supuestas raíces de la palabra. Así que prefiero exhortar a cada quien a que busque en su propia memoria lo que pudiera llamarse “auténtica experiencia religiosa”, es decir vivencia de los principios básicos predicados prácticamente por todas las religiones.
Por un lado hay en este blog artículos maravillosos de místicos-científicos al estilo Jung y científicos budistas; por el otro, artículos que siguen fomentando la dicotomía ciencia-religión. Empero, si la ciencia fuera tan efectiva para lidiar con el comportamiento humano, la sicología habría acabado tajantemente con las religiones. Nada más lejos de la realidad. Las religiones, o tradiciones espirituales, llevan miles de años de “estudios psicológicos alternativos” si se me permite la analogía, y de ellos han nacido prácticas como la meditación, que utilicé antes como ejemplo, cuya efectividad para moldear el comportamiento humano hacia el amor, la compasión, la solidaridad, etc., está comprobada.
La invitación es, entonces, con el espíritu de hermandad, cooperación y aprendizaje mutuo que nos caracteriza, a indagar respetuosamente en las religiones, en las tradiciones ancestrales que aguardan como perlas dentro de sus caparazones, y aprender de ellas para edificar la espiritualidad que queremos para el mundo por venir, que se traducirá, junto con el nuevo orden, en la puesta en práctica y consolidación de los principios que hasta ahora sólo son parte de la prédica. Sugiero para empezar, aunque sé que muchos de ustedes ya los conocen, el documental What the Bleep do we Know? y la película The Man of the Earth.
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