Artículo de Moises Naim. ¿Recuerda la foto de un hombre sin más protección que su camisa blanca, de pie, frente a un tanque de guerra que avanza hacia él en la plaza de Tiananmen, en Pekín? Fue en 1989, cuando miles de jóvenes chinos 'indignados' contra el Gobierno se tomaron esa plaza. Sus protestas no tuvieron mayores consecuencias en términos de transformar el régimen.
Piense ahora en las imágenes de estos tiempos que nos llegan de la plaza Tahrir, en El Cairo. Lo mismo, miles de indignados en la calle, protestando. O las de la Puerta del Sol, en Madrid. O las de Ocupa Wall Street. O las de las 2.600 ciudades donde hoy hay campamentos similares de 'indignados'. Todo parece lo mismo. Es difícil saber si las imágenes que vemos nos llegan de Madrid, Nueva York, Tel Aviv o Kuala Lumpur.
Pero no es lo mismo. Los de Tahrir derrocaron a un dictador que llevaba décadas gobernando su país con mano de hierro. Los 'indignados' de la Puerta del Sol o de Wall Street no han tenido mayores consecuencias en términos de cambiar cosas. Por ahora...
Así, uno de los fenómenos más notorios del 2011 fueron las movilizaciones que se vieron en decenas de países, quizás con más frecuencia que nunca, y que llevaron a cientos de miles -quizás a millones- de personas a expresar sus opiniones en la plaza pública.
Pero si bien todas las manifestaciones se parecen, cuando se reducen a una fotografía o a una toma rápida que aparece en la televisión, vale la pena tener varias cosas en cuenta. Lo primero es reconocer que los focos de descontento social son muy diferentes. Lo que impulsa a la gente a la calle en Wall Street es diferente a lo que lo pasa en Chile o en el norte de África. Puede haber fuerzas parecidas, pero no se puede decir que estamos frente a un fenómeno idéntico.
En términos generales, hay tres grandes categorías: la primera tiene que ver con una clase media que ha recibido muchos golpes por las crisis económicas y que quiere defender sus estándares de bienestar. Es lo que está pasando en España, Estados Unidos, Israel, Irlanda o Grecia. Se trata de gente que pide aumentar la cobertura y la infraestructura vital, y que cuando llega a las calles es porque se dio cuenta de que el desempleo, la mala situación económica, los recortes del gasto público y la falta de inversión atentan contra esa calidad de vida que tenían.
La segunda es la clase media en ascenso en países pobres, que ya constató que tiene posibilidades de mejorar, que hay promesas que no le han sido cumplidas y que quiere más. Millones de personas que hace unos pocos años estaban en situación de pobreza, y que gracias al auge económico y al aumento del empleo han logrado salir de ella.
También, hay un número inmenso de ciudadanos que ahora tienen acceso a servicios públicos que antes no tenían, como hospitales, agua potable, vivienda o educación. Lo que quieren ahora no es solo agua, sino que esta salga limpia. No solo una escuela o universidad, sino que la enseñanza sea buena y barata. No solo que haya un edificio lleno de doctores ataviados con batas blancas, sino que cuando los atiendan, les curen sus enfermedades.
El tercer grupo es la población que ya no acepta ser oprimida por un tirano, y eso es lo que sucede en los países árabes.
Los nuevos héroes
Hay casos de verdaderos héroes anónimos que saben que van a morir e igual salen a protestar porque quieren un cambio genuino en su país. Son los luchadores por la libertad de Siria o Yemen que son ametrallados u hostigados por el Gobierno.
¿Qué tienen en común? La primera sorpresa es lo espontáneos que son. Otra es que no hay jefe. Ninguna de estas organizaciones tiene un personaje icónico, permanente, identificable. Hay unos que adquieren más visibilidad mediática que otros, pero en general no hay un líder claro. No son organizaciones verticales, estructuradas. Tienen un sistema de toma de decisiones nebuloso, difícil de aprehender.
Por otra parte, suponer que lo sucedido ha ocurrido simplemente con base en Twitter y Facebook es un enorme error. Las redes sociales son importantísimas, han ayudado a reclutar, coordinar, motivar, a recaudar fondos y organizar a grupos diversos, desde la plaza Tahrir hasta la de Bolívar en Bogotá. Pero hay que tener mucho cuidado en creer que eso es lo fundamental y que es la verdadera causa, pues sería muy miope.
Todo lo anterior muestra que hay profundas transformaciones en la relación entre gobernados y gobernantes, entre pueblo y gobierno, empleados y empleadores, consumidores y empresas, militares y sociedad civil, medios de comunicación y consumidores de información, estudiantes y profesores, esposos y esposas, padres e hijos. Es difícil sacar conclusiones por ahora, pero sin duda es un proceso diferente y profundo que aún no entendemos bien.
No es un problema de díscolos
De otro lado, hay mensajes que vale la pena escuchar. Los partidos políticos, por ejemplo, se tienen que preguntar por qué les cuesta tanto reclutar jóvenes. Si a una persona de 20 años se le invita a formar parte de una organización política, la mayoría se lleva el pañuelo a la nariz.
¿Por qué las empresas privadas son vistas como un 'mal necesario' en vez de un potencial -y muy potente- instrumento de progreso para sus empleados, proveedores y clientes? Demonizar o defender a ultranza los partidos políticos o las empresas privadas no es un ejercicio útil. Hay que entender qué tienen que no está funcionando y que ya no es aceptable.
De hecho, uno de los errores más importantes que pueden cometer políticos o empresarios en estos días es suponer que lo que está pasando es un problema simplemente de jóvenes díscolos, hippies confundidos que no tienen mucho que hacer y que promueven ideas que no tienen mucho sentido. Que lo mejor es ignorarlos, y que irán desapareciendo. Puede ser. Pero puede ser que estos movimientos estén reflejando demandas más sentidas y permanentes y que si bien sus estridentes acciones en la calle pueden ir "pasando de moda," sus quejas, aspiraciones y reclamos -la desigualdad, la injusticia, la falta de dignidad- seguirán estando muy presentes. Pensar que estas son quejas vagas y pasajeras es una equivocación que puede conducir a cometer graves errores.
Otra cosa que está sucediendo es que hoy todos sabemos más. Y los más poderosos deben estar muy alerta al hecho de que todos tenemos mecanismos mucho más sensibles para detectar las mentiras. En estos días, es más difícil engañar a la gente que antes. Aún se puede, pero no tanto ni tan impunemente como solía hacerse en el pasado. La transparencia se ha instalado para quedarse. Todo se termina sabiendo, y hay una especial intolerancia hacia quienes pronuncian discursos que no son creíbles.
Los ciudadanos sabemos detectar de qué se nos está hablando y, además, hemos aprendido a leer los subtítulos de los discursos y promesas, y sabemos qué es lo que realmente nos quieren decir. Ha aparecido una refrescante hipersensibilidad a la mentira y a la falta de sinceridad.
En las manifestaciones que hemos visto en el mundo hay una nueva y furibunda alergia a la falsedad. También, una iracunda intolerancia hacia la desigualdad. Y ojalá que nada de esto pase de moda.
La sociedad cambia
Hay profundas transformaciones en la relación entre gobernados y gobernantes, pueblo y gobierno, consumidores y empresas. Es un proceso que, sin duda, no entendemos bien.
Lo mismo, pero no igual
Los 'indignados' tumbaron a los dictadores de Egipto y Túnez, fueron el preámbulo del alzamiento contra Gadafi en Libia, acosan a Al Assad en Siria, torpedearon la visita del Papa a Madrid, pusieron contra las cuerdas al chileno Piñera... Pero todos son diferentes.
Moisés Naim
Analista
@moisesnaim
Piense ahora en las imágenes de estos tiempos que nos llegan de la plaza Tahrir, en El Cairo. Lo mismo, miles de indignados en la calle, protestando. O las de la Puerta del Sol, en Madrid. O las de Ocupa Wall Street. O las de las 2.600 ciudades donde hoy hay campamentos similares de 'indignados'. Todo parece lo mismo. Es difícil saber si las imágenes que vemos nos llegan de Madrid, Nueva York, Tel Aviv o Kuala Lumpur.
Pero no es lo mismo. Los de Tahrir derrocaron a un dictador que llevaba décadas gobernando su país con mano de hierro. Los 'indignados' de la Puerta del Sol o de Wall Street no han tenido mayores consecuencias en términos de cambiar cosas. Por ahora...
Así, uno de los fenómenos más notorios del 2011 fueron las movilizaciones que se vieron en decenas de países, quizás con más frecuencia que nunca, y que llevaron a cientos de miles -quizás a millones- de personas a expresar sus opiniones en la plaza pública.
Pero si bien todas las manifestaciones se parecen, cuando se reducen a una fotografía o a una toma rápida que aparece en la televisión, vale la pena tener varias cosas en cuenta. Lo primero es reconocer que los focos de descontento social son muy diferentes. Lo que impulsa a la gente a la calle en Wall Street es diferente a lo que lo pasa en Chile o en el norte de África. Puede haber fuerzas parecidas, pero no se puede decir que estamos frente a un fenómeno idéntico.
En términos generales, hay tres grandes categorías: la primera tiene que ver con una clase media que ha recibido muchos golpes por las crisis económicas y que quiere defender sus estándares de bienestar. Es lo que está pasando en España, Estados Unidos, Israel, Irlanda o Grecia. Se trata de gente que pide aumentar la cobertura y la infraestructura vital, y que cuando llega a las calles es porque se dio cuenta de que el desempleo, la mala situación económica, los recortes del gasto público y la falta de inversión atentan contra esa calidad de vida que tenían.
La segunda es la clase media en ascenso en países pobres, que ya constató que tiene posibilidades de mejorar, que hay promesas que no le han sido cumplidas y que quiere más. Millones de personas que hace unos pocos años estaban en situación de pobreza, y que gracias al auge económico y al aumento del empleo han logrado salir de ella.
También, hay un número inmenso de ciudadanos que ahora tienen acceso a servicios públicos que antes no tenían, como hospitales, agua potable, vivienda o educación. Lo que quieren ahora no es solo agua, sino que esta salga limpia. No solo una escuela o universidad, sino que la enseñanza sea buena y barata. No solo que haya un edificio lleno de doctores ataviados con batas blancas, sino que cuando los atiendan, les curen sus enfermedades.
El tercer grupo es la población que ya no acepta ser oprimida por un tirano, y eso es lo que sucede en los países árabes.
Los nuevos héroes
Hay casos de verdaderos héroes anónimos que saben que van a morir e igual salen a protestar porque quieren un cambio genuino en su país. Son los luchadores por la libertad de Siria o Yemen que son ametrallados u hostigados por el Gobierno.
¿Qué tienen en común? La primera sorpresa es lo espontáneos que son. Otra es que no hay jefe. Ninguna de estas organizaciones tiene un personaje icónico, permanente, identificable. Hay unos que adquieren más visibilidad mediática que otros, pero en general no hay un líder claro. No son organizaciones verticales, estructuradas. Tienen un sistema de toma de decisiones nebuloso, difícil de aprehender.
Por otra parte, suponer que lo sucedido ha ocurrido simplemente con base en Twitter y Facebook es un enorme error. Las redes sociales son importantísimas, han ayudado a reclutar, coordinar, motivar, a recaudar fondos y organizar a grupos diversos, desde la plaza Tahrir hasta la de Bolívar en Bogotá. Pero hay que tener mucho cuidado en creer que eso es lo fundamental y que es la verdadera causa, pues sería muy miope.
Todo lo anterior muestra que hay profundas transformaciones en la relación entre gobernados y gobernantes, entre pueblo y gobierno, empleados y empleadores, consumidores y empresas, militares y sociedad civil, medios de comunicación y consumidores de información, estudiantes y profesores, esposos y esposas, padres e hijos. Es difícil sacar conclusiones por ahora, pero sin duda es un proceso diferente y profundo que aún no entendemos bien.
No es un problema de díscolos
De otro lado, hay mensajes que vale la pena escuchar. Los partidos políticos, por ejemplo, se tienen que preguntar por qué les cuesta tanto reclutar jóvenes. Si a una persona de 20 años se le invita a formar parte de una organización política, la mayoría se lleva el pañuelo a la nariz.
¿Por qué las empresas privadas son vistas como un 'mal necesario' en vez de un potencial -y muy potente- instrumento de progreso para sus empleados, proveedores y clientes? Demonizar o defender a ultranza los partidos políticos o las empresas privadas no es un ejercicio útil. Hay que entender qué tienen que no está funcionando y que ya no es aceptable.
De hecho, uno de los errores más importantes que pueden cometer políticos o empresarios en estos días es suponer que lo que está pasando es un problema simplemente de jóvenes díscolos, hippies confundidos que no tienen mucho que hacer y que promueven ideas que no tienen mucho sentido. Que lo mejor es ignorarlos, y que irán desapareciendo. Puede ser. Pero puede ser que estos movimientos estén reflejando demandas más sentidas y permanentes y que si bien sus estridentes acciones en la calle pueden ir "pasando de moda," sus quejas, aspiraciones y reclamos -la desigualdad, la injusticia, la falta de dignidad- seguirán estando muy presentes. Pensar que estas son quejas vagas y pasajeras es una equivocación que puede conducir a cometer graves errores.
Otra cosa que está sucediendo es que hoy todos sabemos más. Y los más poderosos deben estar muy alerta al hecho de que todos tenemos mecanismos mucho más sensibles para detectar las mentiras. En estos días, es más difícil engañar a la gente que antes. Aún se puede, pero no tanto ni tan impunemente como solía hacerse en el pasado. La transparencia se ha instalado para quedarse. Todo se termina sabiendo, y hay una especial intolerancia hacia quienes pronuncian discursos que no son creíbles.
Los ciudadanos sabemos detectar de qué se nos está hablando y, además, hemos aprendido a leer los subtítulos de los discursos y promesas, y sabemos qué es lo que realmente nos quieren decir. Ha aparecido una refrescante hipersensibilidad a la mentira y a la falta de sinceridad.
En las manifestaciones que hemos visto en el mundo hay una nueva y furibunda alergia a la falsedad. También, una iracunda intolerancia hacia la desigualdad. Y ojalá que nada de esto pase de moda.
La sociedad cambia
Hay profundas transformaciones en la relación entre gobernados y gobernantes, pueblo y gobierno, consumidores y empresas. Es un proceso que, sin duda, no entendemos bien.
Lo mismo, pero no igual
Los 'indignados' tumbaron a los dictadores de Egipto y Túnez, fueron el preámbulo del alzamiento contra Gadafi en Libia, acosan a Al Assad en Siria, torpedearon la visita del Papa a Madrid, pusieron contra las cuerdas al chileno Piñera... Pero todos son diferentes.
Moisés Naim
Analista
@moisesnaim