Dicen los uribistas que aún quedan -si es que aún quedan uribistas. Porque a ver, a ver... ¿Juan Lozano? ¿Por cuántos días más? ¿Roy Barreras? El propio Fernando Londoño dejó hace tiempos de ser uribista. Pero bueno: dicen los uribistas que los 'talleres democráticos' que acaba de empezar a convocar el expresidente Álvaro Uribe son el equivalente de los 'consejos comunitarios' que organizaba cuando era presidente.
Pero no.
No estoy haciendo historia sino especulación, puesto que escribo esto la víspera de que se reúna el primero de los tales talleres en un templo cristiano protestante alquilado en el sur de Bogotá. Sin embargo, la cosa es evidente: para que los talleres de hoy fueran equiparables a los consejos de ayer necesitarían tres elementos esenciales, que les faltan. El primero es un presidente en ejercicio. Uno que llega al pueblo de turno rodeado de sus ministros y de sus generales y regaña a unos y a otros, y a los lugareños entusiastas les promete carreteras y puestos de salud. En segundo lugar, un reparto de cheques a cuenta del Estado ("agüita pa' mi gente..."). Y en tercer lugar, la transmisión en directo del evento por los canales públicos de la televisión. El Uribe de hoy ya no es el todopoderoso presidente de ayer: es un político que no tiene puesto, que no tiene programa, que ni siquiera tiene partido, que ni siquiera es candidato a nada, que carece de avión presidencial para llegar a los sitios y de chequera oficial para repartir auxilios, y cuyos excolaboradores están presos o buscan asilo diplomático o "principio de oportunidad" para aliviar sus penas ante la justicia.
Cómo serán de distintos los talleres de ahora de los consejos de entonces que los conservadores han anunciado que no piensan asistir: dicen que ellos tienen "agenda propia". No quiero ser ofensivo: pero no puedo menos que recordar las proverbiales ratas que abandonan los barcos que se hunden.
Apuesto a que no va ni Moreno de Caro.
Lo de los talleres es apenas el síntoma de algo más serio: la desaparición del uribismo, que durante ocho interminables años pareció inexpugnable. ¿No era acaso Uribe el más grande presidente que habían visto los siglos? Pues bastó con el fallo de la Corte Constitucional por el cual Uribe se convirtió en el primer expresidente de Colombia que no puede aspirar a volver a ser presidente para que todo su poder se evaporara. Todos los demás pueden. Gaviria puede, Belisario puede, Pastrana puede. Hasta Samper puede. E incluso los difuntos: aunque en cuerpo ajeno -el de sus nietos-, Carlos Lleras y el general Rojas Pinilla pueden. Y Juan Manuel Santos, por supuesto, puede. Solo Uribe no puede. Uribe es el primer expresidente de Colombia al que en verdad puede aplicársele el título de expresidente. El primero que queda completamente desprovisto de todo vestigio de poder político una vez salido del Palacio presidencial, al cual se aferró hasta el mediodía del 7 de agosto literalmente mordiendo las alfombras, que luego hubo que cambiar. Y ahí estuvo presente, caso sin precedentes en la historia de Colombia, en el estrado en el que su sucesor prestaba juramento y tomaba posesión del cargo. Uribe rebañó hasta las escurrajas su poder presidencial. Y desapareció de un golpe, más o menos como había aparecido hace ocho años: como por arte de birlibirloque.
Pues el uribismo no existe. No es "un cuerpo de doctrina", como pomposamente lo llamaba el columnista de El Tiempo José Obdulio Gaviria (tal vez el último uribista que queda; porque ¿qué le queda a él, si no?), y como ha podido serlo, pongamos por caso, el peronismo, que sobrevivió al derrocamiento de Perón, y a su exilio, y a su muerte, y a su viuda, y todavía manda en la Argentina. Y tampoco es una tendencia política ni mucho menos un partido a la manera del PRI mexicano, que gobernó setenta años. El uribismo no es, sino que fue, un oportunismo. Y se acabó. Ya hasta el 'Uribito' Arias buscó puesto en la cátedra. Y es probable que los talleres estos en los que el expresidente Uribe funge como "ayudante" no levanten ni siquiera los votos suficientes para elegir concejal de Bogotá a Tomás Uribe, o a Jerónimo.
Del uribismo prepotente no queda hoy más que un señor prematuramente jubilado, desesperado y loco, reducido a mandar al aire por Twitter micromensajes de menos de 140 caracteres: frases breves, del estilo de la famosa "le-rom-po-la-ca-ra-marica".
Si fueran más largas, nadie las leería.
Pero no.
No estoy haciendo historia sino especulación, puesto que escribo esto la víspera de que se reúna el primero de los tales talleres en un templo cristiano protestante alquilado en el sur de Bogotá. Sin embargo, la cosa es evidente: para que los talleres de hoy fueran equiparables a los consejos de ayer necesitarían tres elementos esenciales, que les faltan. El primero es un presidente en ejercicio. Uno que llega al pueblo de turno rodeado de sus ministros y de sus generales y regaña a unos y a otros, y a los lugareños entusiastas les promete carreteras y puestos de salud. En segundo lugar, un reparto de cheques a cuenta del Estado ("agüita pa' mi gente..."). Y en tercer lugar, la transmisión en directo del evento por los canales públicos de la televisión. El Uribe de hoy ya no es el todopoderoso presidente de ayer: es un político que no tiene puesto, que no tiene programa, que ni siquiera tiene partido, que ni siquiera es candidato a nada, que carece de avión presidencial para llegar a los sitios y de chequera oficial para repartir auxilios, y cuyos excolaboradores están presos o buscan asilo diplomático o "principio de oportunidad" para aliviar sus penas ante la justicia.
Cómo serán de distintos los talleres de ahora de los consejos de entonces que los conservadores han anunciado que no piensan asistir: dicen que ellos tienen "agenda propia". No quiero ser ofensivo: pero no puedo menos que recordar las proverbiales ratas que abandonan los barcos que se hunden.
Apuesto a que no va ni Moreno de Caro.
Lo de los talleres es apenas el síntoma de algo más serio: la desaparición del uribismo, que durante ocho interminables años pareció inexpugnable. ¿No era acaso Uribe el más grande presidente que habían visto los siglos? Pues bastó con el fallo de la Corte Constitucional por el cual Uribe se convirtió en el primer expresidente de Colombia que no puede aspirar a volver a ser presidente para que todo su poder se evaporara. Todos los demás pueden. Gaviria puede, Belisario puede, Pastrana puede. Hasta Samper puede. E incluso los difuntos: aunque en cuerpo ajeno -el de sus nietos-, Carlos Lleras y el general Rojas Pinilla pueden. Y Juan Manuel Santos, por supuesto, puede. Solo Uribe no puede. Uribe es el primer expresidente de Colombia al que en verdad puede aplicársele el título de expresidente. El primero que queda completamente desprovisto de todo vestigio de poder político una vez salido del Palacio presidencial, al cual se aferró hasta el mediodía del 7 de agosto literalmente mordiendo las alfombras, que luego hubo que cambiar. Y ahí estuvo presente, caso sin precedentes en la historia de Colombia, en el estrado en el que su sucesor prestaba juramento y tomaba posesión del cargo. Uribe rebañó hasta las escurrajas su poder presidencial. Y desapareció de un golpe, más o menos como había aparecido hace ocho años: como por arte de birlibirloque.
Pues el uribismo no existe. No es "un cuerpo de doctrina", como pomposamente lo llamaba el columnista de El Tiempo José Obdulio Gaviria (tal vez el último uribista que queda; porque ¿qué le queda a él, si no?), y como ha podido serlo, pongamos por caso, el peronismo, que sobrevivió al derrocamiento de Perón, y a su exilio, y a su muerte, y a su viuda, y todavía manda en la Argentina. Y tampoco es una tendencia política ni mucho menos un partido a la manera del PRI mexicano, que gobernó setenta años. El uribismo no es, sino que fue, un oportunismo. Y se acabó. Ya hasta el 'Uribito' Arias buscó puesto en la cátedra. Y es probable que los talleres estos en los que el expresidente Uribe funge como "ayudante" no levanten ni siquiera los votos suficientes para elegir concejal de Bogotá a Tomás Uribe, o a Jerónimo.
Del uribismo prepotente no queda hoy más que un señor prematuramente jubilado, desesperado y loco, reducido a mandar al aire por Twitter micromensajes de menos de 140 caracteres: frases breves, del estilo de la famosa "le-rom-po-la-ca-ra-marica".
Si fueran más largas, nadie las leería.