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jueves, 28 de julio de 2011

Indignarse y moverse, por Daniel Samper Pizano

Colombia se mueve, no cabe duda.

El presidente Santos acoge en su seno al Partido Verde, antiguo rival... El Procurador y la Fiscal acorralan al ex ministro Andrés Felipe Arias... Un juez encarcela a los implicados en el fraude de la Dirección Nacional de Impuestos... Se instalan las nuevas sesiones del Congreso... El ex presidente Uribe no cesa de defenderse a través de su Twitter... Un grupo de cimarrones cibernéticos ataca computadores del Gobierno y divulga documentos oficiales... La Corte Constitucional regaña al Procurador por no desarrollar una campaña educativa sobre los derechos sexuales de las mujeres... Termina un mes de protestas y desórdenes de los trabajadores petroleros en Puerto Gaitán (Meta)... Se dispara el número de licencias de construcción...

Sí, Colombia se mueve. Se mueven el Presidente, el Gobierno, los empresarios, los políticos, los magistrados, los organismos de control, los corruptos y los violentos, los banqueros y los sindicatos: todos quieren influir, mandar, llevarse su tajada.

La única que no se mueve es la gente. La gente mira, padece, se resigna, se lame las heridas, sobrevive y calla. La gente también se indigna (quién no se indigna con la ola de corrupción, con la violencia que no cesa, con los abusos de todo orden). Pero no se mueve.

Es hora de imitar a los ciudadanos de otros países que empiezan a convertir en acción su indignación. En España surgió un movimiento, el 15-M, que agrupa a personas de diversa ideología en torno a problemas cotidianos comunes: desempleo, hipotecas, carestía, desmonte de la seguridad social... Los emequinces se tomaron las plazas, protestaron y han logrado que los oigan y que surjan soluciones a sus problemas.

El origen del movimiento es un librito del nonagenario francés Stéphan Hessel, que pide indignarse, "porque la peor actitud es la indiferencia". Hessel propone una insurrección pacífica, básicamente contra "el poder del dinero, que nunca había sido tan grande, insolente y egoísta con todos". El culto al dinero lleva a la corrupción, la explotación, la discriminación y la opulencia de unos pocos a expensas de la pobreza de la mayoría.

Hay que moverse. Bucaramanga se indignó cuando quisieron convertir sus páramos en peladeros al servicio de las minas. La gente salió a la calle y consiguió sin violencia lo que quería. Una vez más, los santandereanos mostraron el camino. Si la gente no asume en Colombia un papel protagonista, seguirán pisotéandola. Porque todos los demás sí se mueven.

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