"Se requerirán nuevas generaciones de colombianas y colombianos que les duela el país y se comprometan con lo público para superar el eclecticismo de tanto amante del libre mercado y del Estado ultra mínimo, pescadores en río revuelto y amantes del autoritarismo mesiánico."
Escrito por Rodolfo Arango para Elespectador.com. Colombia es un buen caso de laboratorio para los estudiosos del tema. Sus instituciones se trenzan en viscerales y disolventes confrontaciones. La guerra en el sur asola a las poblaciones pese al aumento del pie de fuerza militar. La desnutrición ataca a la niñez, condenándola a muerte o a la miseria. Las empresas saquean las riquezas minerales mediante la trampa y el engaño ante la mirada incompetente o cómplice de encumbrados funcionarios. Lisiados y mujeres indígenas con menores de edad pululan las calles de las grandes ciudades. Crímenes pasionales y hechos de sangre pueblan los periódicos y noticieros, todo acompañado de trago, rumba y ostentación de los poderosos. Los organismos internacionales de derechos humanos nos recuerdan que las viejas prácticas no han cambiado: chuzadas, falsos positivos no sancionados, desapariciones, pese al nuevo talante en el gobierno.
Para algunos las grandes crisis son sinónimo de vitalidad y transformación. El país avanzaría raudo hacia estadios superiores. La sensación de consternación sería el costo necesario para alcanzar la madurez como sociedad. Otros, por el contrario, consideramos que el malestar en la cultura colombiana es más profundo. La crisis hunde sus raíces muy atrás y determina –aunque no inexorablemente– las posibilidades futuras. El pasado pesa más en el futuro de lo que los optimistas del progreso suponen. Poco quedará del país que podría haber sido y no fue cuando los saqueadores de lo público terminen su tarea hace tanto tiempo iniciada. El último capítulo de esta saga colonizadora está bien representado en la ideología neoconservadora de Thatcher-Reagan-Bush, así como en los amantes de la tercera vía.
Signo de incultura y escasa inteligencia es pensar que los problemas humanos y sociales se resuelven fundamentalmente con plata. El dinero es condición necesaria, más no suficiente para la prosperidad de un pueblo. Propio del pensamiento de nuevos ricos es creer que todo tiene su precio. A los capitalistas a ultranza se les escapa que existen inconmensurables. Ejemplo de ellos son la presencia o ausencia de la virtud en una población. ¿Cómo medirlas?
Más que una cuantificación, que es imposible, las huellas de la virtud se manifiestan en las personas, brotan en las sociedades, como fruto de un proceso cultural exitoso; por el contrario, un proceso fallido reproduce la descomposición humana, tan cercanamente conocida entre nosotros.
Una buena tarea para los demócratas republicanos es la recuperación de lo público. El fortalecimiento y modernización del Estado son tareas pendientes en el país. El aparato institucional profesionalizado y competente que requiere una óptima defensa de los intereses nacionales no emanará de los planes tecnocráticos y tecnológicos de gobiernos pragmáticos. La excelencia, universalidad y solidaridad en la educación y la salud públicas; la creación de un servicio civil meritorio y honorífico, en especial de un servicio diplomático profesionalizado –como existe en Brasil–; la reforma redistributiva en los campos; un sistema de seguridad social universal y equitativo, todos estos son objetivos prioritarios. Se requerirán nuevas generaciones de colombianas y colombianos que les duela el país y se comprometan con lo público para superar el eclecticismo de tanto amante del libre mercado y del Estado ultra mínimo, pescadores en río revuelto y amantes del autoritarismo mesiánico.
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