“Los brujos dicen que la muerte es el
único adversario digno que tenemos… la muerte es nuestro retador… La
vida es un proceso a través del cual la muerte nos reta… La muerte es la
fuerza activa en nosotros. La vida es el escenario. Y en ese escenario
hay dos contendientes en todo momento: uno mismo y la muerte… Somos
pasivos… Si nos movemos, es sólo cuando sentimos la presión de la
muerte.”
—Carlos Castaneda, The Power of Silence
Dirección del blog fuente. Cualquiera que haya fumado DMT sabe por
qué Terence Mckenna decía que pone los “nudillos blancos”. Con una
bocanada de una pipa eres lanzado, en el tiempo que toma llenar los
pulmones de humo, a otro mundo en el que ningún rasgo familiar
permanece. Es un mundo más extraño y desaforado que cualquiera de
nuestros sueños o pesadillas más salvajes podrían jamás conjurar. Es
también un mundo que está
habitado, y lo que es más desconcertante todavía es que sus habitantes enfocan su atención sobre
nosotros.
El abismo también mira. Fumar DMT es como salirse de adentro hacia
afuera: no solo se nos expone a la verdadera naturaleza de la realidad
sino, en el mismo instante, también nosotros quedamos expuestos a ella.
Literalmente no hay lugar en dónde esconderse en un viaje de DMT, ya que
el universo está insondable y ferozmente vivo y está justo debajo de
nuestra piel. Quien sea que haya fumado DMT una vez, y por lo tanto sabe
qué esperar, deberá de recurrir a todo su coraje la próxima vez que se
le ofrezca decirle “bye-bye a Kansas”. La consolación mayor del fumador
de DMT de nudillos blancos es que sabe que hasta el viaje más intenso
solo dura entre 5 y 15 minutos. ¿Que tipo de valentía se necesitaría
para fumar DMT sabiendo que es
un viaje sin retorno, que nuestra conciencia está a punto de ser catapultada a los reinos
Imaginales por
el resto de la eternidad? ¿Sabiendo eso podría alguien sostener la pipa sin temblar?
Lo que sigue en este artículo no está
basado en la ciencia dura o en hechos aceptados sobre nuestra química
cerebral o corporal y los enteógenos. Es una mezcla de experiencia
personal, razonamiento deductivo y algo que solo puedo describir como
“conocimiento recibido”, así que se le sugiere al lector que añada un
“tal vez” o un “me parece a mí” al final de cada enunciado, para
contrarrestar lo que de otra forma sería el tono autoritario del
artículo, necesario para mantenerlo claro y sucinto. Habiendo hecho esta
aclaración, esta es la premisa de mi argumento: Si el Don Juan de
Castaneda está en lo correcto y la muerte es una fuerza activa en la
vida, entonces las sustancias psicodélicas son una forma de muerte concentrada. Incluso
la observación ordinaria indica que la muerte regenera la vida y
mantiene las cosas moviéndose hacia delante, sin ella no hay avance, no
hay evolución. Poéticamente hablando, la muerte provee la urgencia del
Tiempo dentro del tapiz de la Eternidad. Esta es la razón por la cual a
Cronos, Señor del Tiempo, se le representa con una guadaña. El Tiempo es
el catalizador del Movimiento añadido a la “sustancia” del Espacio.
Este concepto está claramente ilustrado en Atu 13 del tarot de Aleister
Crowley y Frieda Harris.
Como “partículas condensadas de la
muerte”, entonces, los enteógenos atacan el sistema nervioso, apuntando a
neuronas específicas, no solo del cerebro sino del cuerpo entero,
dentro del cual cada vez más sistemas neurológicos están siendo
descubiertos (como el corazón y los intestinos). Este “ataque” de las
moléculas psicotrópicas sobre nuestras neuronas no es sin una intención,
sin embargo, y en lo que puedo intuir, esta intención es secuestrar las células de nuestro cuerpo y usarlas como vehículos para cruzar de la “muerte” a la “vida”.
Con “muerte” me refiero a los reinos inorgánicos, donde los reinos
orgánicos tienen la relación de ser lo que conocemos como “la vida”.
Chamánicamente hablando, fumar DMT o
ingerir otro alucinógeno es ofrecer nuestras células como sacrificio a
los espíritus. Con tal sacrificio estamos dejando que nuestra conciencia
sea poseída por los misteriosos e invisibles agentes de la
transformación. Cuando ingerimos una sustancia psicoactiva una cantidad
de neuronas resultan “destruidas” o, por decirlo de otra forma,
descompuestas a sus constituyentes básicos. En el momento de la
destrucción se convierten en “comida” para inteligencias inorgánicas que
las usan para ganar sustancia temporal en nuestra región orgánica de
existencia, a través de nuestra conciencia. Hay un momento en
el que se traslapan los mundos de la vida y la muerte, lo temporal y lo
eterno. Una parte de nosotros “muere”, es absorbida por los espíritus
que residen en la planta o en el químico, inteligencias que (solo
podemos imaginar) están buscando una experiencia de existencia orgánica
que de otra forma no está disponible para ellas. (Ya que las plantas son
formas de vida orgánicas, sería más preciso decir que están buscando
una experiencia distinta, una experiencia orgánica más sensorial).
En
esos breves momentos u horas, mientras nuestras neuronas son consumidas
por el entéogeno, todavía están conectadas a nuestros seres conscientes,
al sistema nervioso y a la red neuronal. Como resultado nos toca
experimentar conscientemente la existencia “del otro lado”, a través de
los ojos de los espíritus; al mismo tiempo los espíritus pueden
experimentar la vida a través de nuestros ojos. Esta forma de sacrificio
ritual es un intercambio ancestral, posiblemente el más viejo de
todos.
En
Ketamine: Dreams and Realities,
Karl Jansen escribe: «El LSD y el DMT se unen a los receptores de
serotonina y esto, se cree, es lo que aprieta el botón que detona la
cascada de eventos que resultan en un viaje psicodélico»
[1].
En el punto en el que los psicodélicos se unen y por esto alteran las
zonas de receptores en el cerebro, surge la pregunta: ¿qué nos permite
recibir esta alteración del sistema nervioso? El tipo de energía que es
recibido a través de las zonas receptoras alteradas, así como la
cantidad, sería probablemente determinada no solo por lo que se está
ingiriendo (los químicos de la planta), sino por las circunstancias —y
quizás lo más crítico de todo— la composición psicológica de la persona
que las ingiere. Los indígenas nativos americanos tomando peyote o los
chamanes peruanos (y su clientela) tomando ayahuasca estarían entonces
en un asunto totalmente diferente a los occidentales aspirando a
convertirse en magos o buscando congreso con lo divino, sin tener idea
alguna de lo que están haciendo y poca o ninguna relación con la
planta/químico (y espíritu residente) que se ingiere.
Los espíritus son inteligencias
inorgánicas (que podrían incluir a lo que llamamos las almas de los
muertos). Siendo inorgánicos o muertos no tienen acceso a la forma
física sensible. Esta es un área en la cual no estoy seguro al cien por
ciento, ya que los espíritus inorgánicos aparentemente pueden vivir en
la materia orgánica, de la misma forma que los seres elementales o las
hadas, se dice, pueden vivir en las rocas y en las plantas y demás.
Puede ser que estos espíritus busquen específicamente experimentar la
existencia humana —y hacer que seres humanos encarnados ingieran
enteógenos sea una formar para lograr esto. Cualquiera que sea el caso,
aparentan desear no solo congreso con sino ingreso a (y
a través de) nuestra conciencia, lo cual consiguen no solo accediendo a
nuestras neuronas (al tiempo que son “secuestradas” por los químicos
psicoactivos) sino a toda la red a la que estas neuronas están
vinculadas. Estimo que existen tres capas de circuitos neurales en un
ser humano. El más superficial es el del cerebro, el cual después está
ligado a la red más grande del sistema nervioso, incluyendo los órganos
en los que se almacena la memoria individual (siendo la función del
cerebro acceder y “decodificar” esas memorias), memorias que constituyen
la vida e identidad de un individuo, nuestro cuerpo total. Finalmente,
debajo de esto, abarcando todos los átomos del cuerpo, existe una red
subatómica de ADN que contiene nuestro código genético y por lo tanto la
memoria de toda la especie.
Potencialmente los enteógenos pueden
“encender” esa red neural de nuestro cerebro e incluso la red más amplia
de nuestro sistema nervioso. En casos extremos, como los de una
iniciación chamánica, incluso llegan a permitirnos acceder a un nivel
genético de conciencia, donde se almacenan memorias ancestrales y “vidas
pasadas”. Este proceso tal vez sea similar a la fisión del átomo para
crear una explosión nuclear: si nuestros cuerpos (como el resto de la
realidad física) son sistemas holográficos, cada neurona, cada molécula,
debe de contener la información de toda la red. (Una muestra de sangre
te dirá algo de todo el organismo). Cuando las moléculas psicoactivas
“invaden” a las moléculas de nuestros cuerpos, las resquebrajan para
liberar la información almacenada en su interior, dándonos una
conciencia momentánea de toda la red: visión “nuclear”. Hay un obvio
efecto colateral a todo esto, sin embargo. Ya que acceder a la
información de la red neural requiere hackear el sistema, los enteógenos
causan daños inevitables en el proceso. Como resultado, los efectos a
largo plazo de los enteógenos son generalmente los opuestos a sus
efectos a corto plazo. Creo que los enteógenos causan “rupturas” en las
vías neurales del cerebro y en el cuerpo total (posiblemente incluso en
el ADN), rupturas que impiden la activación espontánea del sistema más
adelante. Nos dan una probada de la iluminación —que es nuestro estado
natural— pero la posibilidad de una iluminación más duradera es
drásticamente reducida. En este caso, los enteógenos, como los gurús, y
tal vez como el conocimiento oculto en general, engendran adicción
espiritual. Como todas las adicciones, necesitamos de dosis todavía más
fuertes para “elevarnos”.
¿La Revancha Secreta de Gaia?
“La realidad verdadera de la que
nadie se atreve a hablar es que nadie está en control, absolutamente
nadie. Las cosas están gobernadas por las ecuaciones de la dinámica y el
caos. Pueden haber entidades buscando control, pero buscar control es
un enorme agravante en contra de ti mismo. Es como intentar controlar un
sueño”.
—Terence McKenna, “Dreaming Awake at the End of Time”
Debe de trazarse un paralelo muy claro
aquí con el ecosistema, que es por supuesto la fuente de la mayoría, si
no es que de todas las sustancias psicoactivas. Si los árboles y las
plantas de la tierra son una suerte de red neural del planeta (un
escenario hábilmente ilustrado en la serie de comics Swamp Thing
de Alan Moore), el diezmo de los bosques tropicales y otras formas de
daño ambiental no solo estarían afectando nuestro suministro de
oxígeno. Estaría rápidamente reduciendo la capacidad de la biósfera de
la Tierra de funcionar según la intención original, como un sistema
informático a través del cual el planeta (como el cuerpo humano) puede
tomar conciencia de sí mismo: en dos palabras, conciencia planetaria.
Irónicamente, puede ser que en parte es debido a este cortocircuito en
el sistema que existe tanta atracción hacia una “solución psicodélica”.
La ironía, si esta es una descripción precisa, es que la destrucción de
la ecósfera no es solo un síntoma sino una causa de nuestra
acrecentada desconexión de la Naturaleza y de nuestros cuerpos. Al
buscar experimentar nuestra naturaleza primal/cósmica vía los enteógenos
que la Tierra (y la ciencia moderna) provee, la solución imaginada
puede solo estar haciendo más complejo el problema. Sería la revancha
secreta de Gaia, porque si el (ab)uso de enteógenos está diezmando
nuestras “biósferas” individuales e impidiendo que tengamos acceso a
todas nuestras facultades, esto se estaría reflejando exactamente en las
mismas formas en las que nuestra desconexión con el medio ambiente ha
afectado la biósfera de la Tierra.
Aunque esto es un punto de vista
potencialmente controvertido dentro la comunidad de los enteógenos y la
percepción alterna, existe evidencia para sustentarlo. Por un lado
tenemos un blockbuster como
Avatar, que aboga por el activismo
ambiental y la expansión mental psicodélica, al mismo tiempo que
alimenta a la industria militar y de entretenimiento que lentamente
destruye el planeta y mantiene a la mente colectiva en estupor con
contenido chatarra como
Avatar. ¡Hasta el momento la única
explicación a esta contradicción es que la película es prueba del
despertar planetario! Sin embargo, las incontables contradicciones
dentro de la cinta —por no mencionar su porquería— desmienten esa
“explicación”. Si una película hecha por el complejo militar y de
entretenimiento conocido como Hollywood parece envilecer las fuerzas
militares de ala derecha retratándolas como anti-ambientalistas y
glorifica los psicodélicos y el regreso a los valores y a las raíces
tribales, puedes estar seguro de que las personas detrás de la película
tienen sus razones para así hacerlo. Por otro lado no necesitamos ir
más lejos que a las dos fuerzas líderes de la revolución psicodélica
—Carlos Castaneda y Terence Mckenna— para entrever el lado oscuro de la
experiencia enteógena. Mckenna se murió de un tumor en el cerebro a los
53 años y Castaneda se murió de cáncer en el hígado a los 72. El cerebro
y el hígado son los dos órganos que más obvia e innegablemente se ven
afectados por las sustancias psicoactivas. La muerte de estos voceros
visionarios ensombrece sus mensajes
[2]
y ha servido para contrarrestar, al menos hasta cierto punto, su
influencia en lo que concierne al mensaje positivo de los enteógenos.
Castaneda cita a Don Juan Matus en uno de sus últimos libros,
admitiendo que las plantas de poder “hacen un daño incalculable al
cuerpo”, explicando que solo fueron necesarias debido a la extrema
“estupidez” de Castaneda. Un tercer cuerpo de evidencia (probablemente
el más persuasivo) en cuanto a los dudosos beneficios del uso de
enteógenos serían los incontables voceros y exponentes que sostienen
haber sido transformados por las plantas de poder, cuya retórica y
comportamiento delata una distintiva falta de balance, coherencia o
sobriedad. (Sería hasta cruel mencionar nombres a estas alturas)
[3].
Será argumentado sin duda que, usados de
forma apropiada (chamánicamente), los enteógenos, como la ayahuasca, la
ibogaina y la psilocibina pueden servir para sanar, ¿así que
cómo se puede decir que dañan el cuerpo? La respuesta está en lo que
conlleva el uso “apropiado” o chamánico, así como en lo que entendemos
como “sanación”. El campo electromagnético o “aura” alrededor del
cuerpo humano, que se corresponde grosso modo con
las redes neurales que he estado describiendo, es donde se originan
todas enfermedades físicas, así que es ahí donde la sanación chamánica
presumiblemente ocurre —si es que en realidad ocurre. Tal “sanación del
alma”, cuando efectiva, compensaría por mucho el daño hecho al cuerpo
por los enteógenos, ya que al sellar las fracturas o depurar los
bloqueos en el cuerpo energético (la psique total), el cuerpo se
regeneraría con el tiempo. Generalmente esto sí requiere de un chamán
—un sanador energético experimentado— administrando los enteógenos y en
algunos casos tomándolos en lugar del paciente. Realizar una cirugía
energética sobre nuestra propia psique sería obviamente una tarea de
alto riesgo, por no decir una locura. En el mejor de los casos es
probable que usemos la experiencia de elevación en la conciencia
inducida por los enteógenos para evitar las áreas del bloqueo
—o para abrirnos paso a través de ellas sin la preparación necesaria— en
vez de sanar e integrarlas. Esto puede que no resulte en una enfermedad
física (al menos no en ese momento) pero seguramente llevará a inflar
el ego, por un lado, y a la disociación y a la fragmentación (una
esquizofrenia moderada) por el otro. Quizás lo más común es que lleve a
una combinación de ambos.
La idea de que los psicodélicos son
sustancias de “muerte concentrada” —una forma de veneno holístico— no
contradice la idea de que pueden ser usadas para sanar, porque este
hecho es común a todos los remedios homeopáticos. La dosis es la clave:
incluso una pequeña parte más de lo adecuado y una medicina se convierte
en veneno. Con los enteógenos esto se relaciona no tanto con la
cantidad sino con la frecuencia de uso, al igual que, e incluso aún más
importante, a las circunstancias en las que están siendo usados. Para
dar mi propio ejemplo: en alrededor de unos 20 años experimentando (sin
contar los siete años que evité completamente los enteógenos, si no
cuentas el porro ocasional), probablemente he tenido cerca de 100
poderosas experiencias alucinógenas (algunas de las cuales fueron
inducidas por la marihuana). Estimaría, conservadoramente hablando, que
menos de dos docenas fueron “necesarias” (apropiadas) y que quizás aún
menos fueron verdaderamente chamánicas y por lo tanto sanadoras y
transformadoras para mi ser. Esto significaría que alrededor de entre el
70% y el 95% de mis experiencias enteógenas fueron injustificadas y
deletéreas para mi salud física y mental. En total, me gusta pensar que
se equilibra, que ese 10 a 25% de experiencias chamánicas fue
suficientemente transformador para compensar los daños que le hice a mi
sistema nervioso por sobre-indulgir. De cualquier forma, si esto es
verdad, todavía tengo que reconocer la posibilidad de que estaría casi
exactamente en el mismo lugar en el que estoy hoy si hubiera evitado las
experiencias enteógenas completamente. También es posible que hubiera
salido considerablemente mejor librado.
La ineludible comprensión para mí ha
sido que estaba usando psicodélicos no simplemente para expandir mi
conciencia, sino para escapar los confines de una conciencia contraída.
¿Cuál es la diferencia?, te podrás preguntar. Tal vez ninguna, salvo que
esta última es una descripción honesta mientras que la primera no lo
es. En otras palabras: si hubiera estado contento con los parámetros de
mi conciencia limitada, no hubiera tenido tanto entusiasmo por
experimentar con estados elevados de conciencia. La llamada “expansión
de conciencia” se convierte meramente recreativa una vez que hemos
adquirido cierto nivel de conciencia, un nivel en el que tenemos más que
suficiente para integrar sin revolver aún más elementos de nuestro
inconsciente. E integrar conlleva poner los pies en la tierra de
regreso para ver qué está pasando en nuestra atención mundana, algo que
no sucede si seguimos apuntando a estados siempre más elevados de
conciencia y a experiencias siempre más expansivas de la mente, vía
enteógenos. ¿Cuánto aumenta expandir nuestra conciencia nuestra
capacidad de funcionar cotidianamente en el mundo y relacionarnos con
otras personas en un nivel ordinario? ¿Y cuánto solamente estamos
aumentando nuestra habilidad de hablar horas de temas abstractos y volar
a reinos imaginarios/imaginales, trayendo de regreso
brillantes baratijas (canciones, poemas, pinturas, libros) para mostrar
cuán “evolucionada” está nuestra conciencia para el mundo? Seamos
honestos.
Lee la segunda parte de la Promesa de la Serpiente: ¿Qué es la iluminación?
Blog del autor:
aeoluskephas.blogspot.com
Notas al pie:
[1] ”Los
receptores son transductores biológicos que convierten energía de
ambientes externos e internos a impulsos eléctricos. Pueden estar
amasados juntos para formar un órgano sensorial, como un ojo o una
oreja, o pueden estar dispersos, como los de la piel y las vísceras. Los
receptores están conectados al sistema nervioso central por fibras
nerviosas aferentes. La área o región en la periferia de la cual una
neurona dentro del sistema nervioso recibe una señal es llamada campo
receptivo. Los campos receptivos son cambiantes y no entidades
fijas”. http://www.britannica.com/EBchecked/topic/409709/human-nervous-system/75590/Receptors
[2] Hay que admitir que Castaneda se quiso desmarcar de la cultura psicodélica desde temprano en su carrera.
[3]
“Los críticos de Tim Leary eventualmente señalan sus conexiones
cercanas a un cártel internacional de tráfico de LSD, la Hermandad del
Amor Eterno [the Brotherhood of Eternal Love], rumorada fachada de la
CIA. La Hermandad estaba controlada por Ronald Stark, de quien la corte
italiana determinó que fue parte de la CIA desde 1960, y los fondos de
la Hermandad son canalizados a través del Castle Bank en la Bahamas, una
conocida “propiedad” de la CIA. Por dos años Leary vive en el cuartel
general de la Hermandad en Laguna Beach, en donde la agrupación acapara
el mercado estadounidense del LSD y distribuye la variedad única de la
droga, “Orange Sunshine”. Stark supuestamente tiene altas conexiones
tibetanas cercanas al Dalai Lama y quiere proveer suficiente LSD para
dosificar a las tropas chinas en Tíbet. En Estados Unidos, mientras
tanto, Stark provee suficiente Orange Sunshine para dosificar a toda la
cultura
hippie varias veces. Este es el ‘ácido malo’ que
Charles Manson y su culto tomaron antes de matar a Sharon Tate y que los
Hell’s Angels tomaron antes de apuñalar a un hombre negro en un
concierto de los Rolling Stones en Altamin. Por esto William S.
Burroughs, Ken Kesey y el líder de la Panteras Blancas, John Sinclair,
eventualmente consideran la teoría de que Leary, Stark y el Orange
Sunshine son todos parte de un complot de la CIA para desacreditar a la
izquierda radical”. http://www.sunshine69.com/Sunshine__autumn.html