“Toda crítica procede de una deuda de amor”
R. Steiner
Cuando recibí la invitación de Julián Serna y Carlos Andrés Gamboa –viejo compañero de luchas educativas en lo artístico- para participar en este foro de reflexión, la acepté pensando que podía compartir algunas ideas en las que he trabajado por cerca de treinta años, como labor de formación en mí mismo, por ende en el campo de la cultura y las artes plásticas con niños y adultos. La acepté sintiendo que podía aprender de las experiencias de los profesores que actualmente se debaten por avanzar en formas de la educación más abiertas en las que la narración, la poesía, la danza, el esfuerzo pictórico, teatral, musical, cumplan una función formativa para liberar de la presión de una cultura de medios, que nivela por lo más bajo y mediocre la vida cotidiana haciéndola inicua ante la arbitrariedad de los poderes existentes; empobrecedora hasta el fondo de la potencia creativa de las personas. Profesores que enfrentan un mercado educativo hecho con promesas demagógicas de impartir una educación con rótulos de vanguardia comercial, de punta, acorde a las exigencias globalizadas, que encubre pobreza conceptual y rigidez de miras, únicamente en la idea de eficacia informática. Y frente a las llamadas competencias del trabajo del profesor en busca de una homogenización del pretendido saber, para cumplir con requisitos de programa o de pruebas de valoración de conocimientos como el Icfes, que pone a temblar no solo a estudiantes sino a las instituciones educativas, a las que mide su competencia en el mercado. En otras palabras contra una educación hacia afuera, castradora, que sigue concibiendo al estudiante como pasivo objeto de conocimiento, y que encuadra al profesor como mero reproductor de una ideología hecha para la acriticidad, para no permitir preguntas, para anticipar respuestas cómodas a preguntas que no han tenido tiempo de ser formuladas. Para la repetición. Para llenar el aula con cierto aire de cientificidad, de estar “elaborando” altos contenidos técnicos, cuando de lo que finalmente se trata es de pensar qué podemos hacer para que la vida circule como aire refrescante en el aula de clase, que se produzca un movimiento hacia la aprobación de lo más creativo en la palabra y en la expresión artística que despierte y promueva seres más sanos, capaces de mejores sueños, de preguntas verdaderas. Recuerdo ahora un poema muy bello de Jacques Prévert que trata precisamente de una situación escolar. Se llama Tarea Escolar y dice:
“Dos y dos cuatro
Cuatro y cuatro ocho
Ocho y ocho dieciséis…
¡Repetid! Dice el maestro
Dos y dos cuatro
Cuatro y cuatro ocho
Ocho y ocho dieciséis.
Pero hete aquí que el pájaro lira
Pasa por el cielo
El niño lo ve/ el niño lo oye
El niño lo llama:
¡Sálvame/ juega conmigo/ pajarillo!
Entonces el pájaro desciende
Y juega con el niño
Dos y dos cuatro…
¡Repetid! Dice el maestro
Y el niño juega/ el pájaro juega con él…
Cuatro y cuatro ocho
Ocho y ocho dieciséis
¿y dieciséis y dieciséis, cuanto es?
Dieciséis y dieciséis no son nada
Y mucho menos/ de ninguna manera/ treinta y dos
Y sigue la ronda.
El niño ha escondido el pájaro/ en su pupitre
Y todos los niños/ escuchan su canto
Y todos los niños/ escuchan su música
Y ocho y ocho desfilan a su vez
Y cuatro y cuatro y dos y dos
Desfilan a su vez
Y uno y uno a la una a las dos
Uno y uno desfilan también.
Y el pájaro lira juega
Y el niño canta
Y el profesor grita:
¿Cuándo terminaréis de hacer el payaso!
Pero los demás niños
Escuchan la música
Y las paredes de la clase
Se desploman tranquilamente.
Y los vidrios vuelven a ser arena
La tinta vuelve a ser agua
Los pupitres vuelven a ser árboles
La tiza vuelve a ser acantilado
Y el portaplumas vuelve a ser pájaro.”
Es decir, ante el esquema repetitivo que el maestro reproduce, la imaginación del niño hace descender el vuelo y el canto del pájaro a la clase y finalmente todo vuelve a ser esencial, todo retorna a su elemento poético primitivo. Las palabras adquieren una musicalidad imprevisible, La cantinela se desbarata y… ¿Adonde queda el maestro?
II
Contaba William Ospina acerca de una conversación con García Márquez en Cuba, en la que Gabo hablaba de la necesidad de educar a los niños en la conciencia del medio ambiente, de respetar la naturaleza en sus ciclos, de enseñarles a sembrar, a cuidar, etc. Quizás estaba enmarcada esta conversación en un contexto más amplio pues se dio en tiempos del presidente Pastrana, cuando se formuló la necesidad de reunir a los sabios para producir unos programas educativos acordes a la exigencia de progreso del país, en la premisa de que es la educación aquello que hay que transformar en sus raíces en la aspiración de construir una sociedad más justa… William Ospina le respondía que era precisamente el mundo en el que vivíamos el que había generado tal destrucción de la naturaleza, que prácticamente era irrecuperable, que ese era el legado que las sociedades actuales estaban dejando a las nuevas generaciones, un legado de tierra arrasada. Pero lo que me parecía más interesante de la respuesta era lo siguiente: “Sí, hay que educar a los niños, pero ¿quiénes educan a sus maestros?”
He allí el pequeño detalle. Porque todos los profesores venimos de una formación académica y no solo tenemos los vicios y vacios de la formación académica sino y, es inevitable que así se dé, los reproducimos en el aula de clase. El aparato educativo está muy bien montado. Estanislao Zuleta lo llamó en su momento una mezcla de sala cuna y cuartel, e iba desde la pre-escolaridad hasta la universidad. Como yo lo he entendido cuando habla de sala cuna se refiere precisamente a dar el saber como un tetero, a no dejar –lo decía antes- que las preguntas tengan tiempo de articularse y formularse, que haya una aproximación por el juego a aquello que pueda volverse deseable y realizable, interesante, es decir que tenga que ver con la imaginación y el desarrollo del pensamiento creativo. Hay un atragantamiento de materias y contenidos que no tienen tiempo de ser digeridos y por eso reducen la potencialidad humana a una mera función de lactante. Por ejemplo, he oído quejas de estudiantes universitarios que tienen que leer hasta dos libros en quince días y escribir un “ensayo”. Hay colegios que se precian de la formación “investigativa” en niños de 7 u 8 años, “investigación” que por supuesto va en contravía a la investigación infantil sobre los orígenes, sobre lo que para él está en la construcción de su deseo. ¿Qué puede quedar de eso? ¿Qué se puede esperar?
En cuanto a lo de cuartel es bastante visible, y basta señalar el grito para acallar a los estudiantes de los que se quiere marchen como uno solo y la nota que pone en sus justos términos quien tiene el poder y como lo ejerce… Pero, desde luego, se trata de una escala jerarquizada, en la que algunas materias aparecen como las más importantes frente a otras que jerárquicamente son relleno que cualquiera puede llenar, por ejemplo las artísticas, etc. Escala en la que el maestro a su turno debe marchar con los lineamientos del coordinador de área, y está el jefe de departamento y detrás el director y detrás… la secretaría de educación municipal, la departamental, el ministerio… La cosa es clara, está articulada como un conjunto cerrado con sus vigilantes para minimizar todo riesgo, para evitar al máximo elementos perturbadores, para que las normas al interior se cumplan y cada “cosa” esté en su lugar, y ejercer un control eficaz sobre el pensamiento crítico, creador –único que hay-. Así se garantiza que las metas de eficacia y eficiencia en los “contenidos y metodologías” se cumplan exitosamente. Y así se producen en serie, como escribe Gianni Rodari en su “Gramática de la Fantasía”, en una sociedad basada en el mito de la productividad (y sobre la realidad del beneficio y el consumo)… hombres mutilados –fieles ejecutores, diligentes reproductores, dóciles instrumentos sin voluntad”… “Para cambiarla son necesarios hombre y mujeres creativos, que sepan utilizar su imaginación”.
He aquí un problema de fondo: Nosotros como profesores, ¿estamos en capacidad de subvertir esta estructura de la educación formal, que nos ha amamantado desde la más tierna infancia, correr el riesgo de intentar cambiar aspectos de esa estructura, establecer formas de resistencia mediante la creación cultural, con ello la apertura de nuevos caminos, más apasionantes, más aventureros, capaces de provocar en los niños a nuestro cargo el desarrollo de un pensamiento en el que la imaginación se juegue todo el tiempo para generar, como señalaba Vigoskii, actividades con nuevas formas de combinación y creación de sentidos hasta entonces inéditos? ¿No es ese el reto si queremos salir de esa estructura de dominación frente a la que como “educadores” estamos contra la pared?
Lo importante es tomar conciencia del lugar que supuestamente ocupamos en la reproducción del saber que es el de la dominación, lo importante es que sepamos a fondo que es lo que no queremos hacer para no repetirlo. Lo más importante es que queramos confrontarnos con nosotros mismos, reaprender a valorar cosas que han ido quedando en el camino como opciones perdidas en el afán de la sobrevivencia diaria, lo que nos hace frágiles y termina volviéndonos cómodos, dependientes ante el chantaje diario por “el gobierno de las tripas” según la expresión de Sancho. Se trata de un trabajo sobre nosotros mismos, quizás el más arduo pero también el más productivo, un movimiento de interrogación sobre los presupuestos de nuestras rutinas en casa y en el trabajo con la gente; creo que no somos tan presuntuosos como para creer que no hay alguna sombra en lo que hacemos y si lo fuéramos no podríamos realmente ser profesores. Se trata, pues, de un movimiento en que desaprender –hacer un trabajo de purga, de limpieza- y retomar otras opciones tiene su propio costo que beneficia nuestra propia vida y la de aquellos que tienen que ver con nosotros, movimiento con el que podemos enfrentar la interminable queja por lo que somos y por lo que no podemos ser ni hacer: Se trata del arte de respetarnos a nosotros mismos en nuestras convicciones y de ser fieles a nuestros sueños adolescentes de justicia como forma de dignidad ante la arbitrariedad omnipotente que rige nuestro mundo, de la lectura gozosa de un libro y el asombro de que las danzantes palabras sean capaces de generarnos vértigo y asombro puesto que el mundo reaparece en esa danza tras la densa nube de prejuicios, comodidades, rutinas y mentiras que han ido recubriendo los días; y se trata de que a través de nuestra narración embrujada ese mundo empiece a habitar en la imaginación de los alumnos que quizás solo buscan eso de nosotros: una pasión por algo. Se trata del arte de la paciencia para ver de nuevo el mundo como si no lo hubiéramos visto nunca y sacarlo de esa horrible forma de vivirlo todo como medio para acceder a fines, porque allí nada vale por sí mismo.
Del arte de la conversación que es sobre todo el arte de la escucha de la palabra del otro sobre la que podemos tener sanas divergencias y que nos cura del monólogo a dos voces o del llamado “diálogo de sordos”; el arte de dejar de ser útiles productivamente para que las nubes en lo alto o las manchas en la pared empiecen a poblarse de representaciones en las que imaginación y lo que sabemos de las formas se compenetren y podamos, como lo invitaba Leonardo de Vinci, ver el mundo como pintores; o detener la funcionalidad de las cosas y la instrumentalidad de la palabra para poder leer el mundo como poetas. O dejar que los sonidos, y no el ruido de moda, sean capaces de trasladarme a formas del sentimiento más profundas y nuevas que me revelen zonas desconocidas de mi propia interioridad.
No se necesita que desde afuera nos impartan la orden de cómo rehacer el nudo gordiano de nuestros intereses vitales, estos que acabo de enumerar son puntos de una relación con el mundo que lo único que requieren –lo que no es fácil- es una disposición a reencontrar lo vivo del sentido – combinación de amor y de crítica- en las experiencias vivenciales, que es también lo único que puedo ser capaz de dar a otros, porque es algo genuino de mi ser. Solo así los muros pueden caer, como en el poema de Prévert, la tinta hacerse agua de nuevo y dejar una distinta huella sobre el papel, el pupitre retornar a su esencia de árbol mecido por el viento en lo profundo del bosque y el portaplumas vuelva a ser pájaro. Y el fundamento para construir sentido aparezca de nuevo como cuando jugábamos de niños y ateniéndonos seriamente a las reglas que habíamos inventado éramos capaces de intuir mundos posibles.
Pero hay que trabajar sobre nosotros mismos. De otra manera es como si ya estuviéramos escritos, fuéramos un manual, que en la credibilidad de ser bueno se reprodujera con aquellos que deben encontrar en nosotros provocadores de un distinta vida. Para ello, como lo señalaba Kafka sobre la educación: “Es necesario tener un corazón y no un reloj de repetición”. Es esencial para nuestra salud espiritual, para poder reconocer y habitar el mundo. En Arte y Filosofía, Estanislao Zuleta nos lo dice: “El arte es primordial, originario… porque el hombre se posesiona del universo por medios artísticos. Un mundo no significativo, un mundo desnudo sería inhabitable, un mundo solamente práctico, donde el hombre no pudiera proyectar sus temores, sus esperanzas, donde no pudiera calificar sus cosas, sus júbilos, sus encuentros, será inhabitable. ..
El arte es esencial en la producción de un orden simbólico, es la necesidad más esencial del encuentro de un mundo habitable”. Volvamos a Vigoskii porque su tesis apunta allá: “Si la actividad del hombre se redujera a repetir el pasado, el hombre sería un ser vuelto exclusivamente hacia el ayer e incapaz de adaptarse al mañana diferente. Es precisamente la actividad creadora del hombre la que hace de él un ser proyectado hacia el futuro, un ser que contribuye a crear y que modifica su presente”… “De aquí la conclusión pedagógica sobre la necesidad de ampliar la experiencia del niño si queremos proporcionarle base suficientemente sólida para su actividad creadora. Cuanto más vea, oiga y experimente, cuanto más aprenda y asimile, cuantos más elementos reales disponga en su experiencia –y menos estereotipos por parte de nosotros, la nota es mía-, tanto más considerable y productiva será a igualdad de las restantes circunstancias, la actividad de su imaginación”.
III
Lo que aquí se quiere señalar es que la imaginación como el hacer creativo no son caprichos, iluminaciones súbitas “algo prendido en el aire” como dice Vigoskii, sino una función vitalmente necesaria “. Y más adelante, insistiendo sobre el carácter no inmediato sino elaborado, sujeto al tiempo, de la imaginación nos dice: “Sería un milagro que la imaginación pudiera crear algo de la nada, o dispusiera de otra fuente de conocimiento distinta de la experiencia pasada… Si examinamos la historia de los grandes descubrimientos, de los mayores inventos, podremos comprobar que casi siempre surgieron en base de enormes experiencias pasadas”. Podemos preguntarnos nosotros: ¿Cuánto tiempo duró Newton dándole a sus intuiciones y cálculos sobre la teoría de la gravitación para llegar finalmente a su descubrimiento y qué habría pasado si alguno que no fuera este señor hubiera recibido la famosa manzana de la leyenda sobre su cabeza? Por lo menos podemos estar seguros de la respuesta a la segunda parte de la pregunta: simplemente se la hubiera comido. A alguien que lo felicitaba por sus investigaciones le contestó que si había podido ver más lejos era por haberse subido en los hombros de los gigantes, y se refería a Galileo y Kepler. Y escribió poco antes de morir: “No he sido más que como un muchacho que juega en la playa divirtiéndose y que, de vez en cuando, encuentra una piedra muy pulida o una concha más linda que las ordinarias, mientras que el gran Océano de la Verdad se extiende ante mí sin descubrir aún”. Este par de anotaciones exactamente ejemplifican el trabajo conjunto de la imaginación y el entendimiento como proceso creativo.
IV
Aquel que debe soportar el peso de una reflexión que en primer término lo tome a sí mismo como pregunta: ¿ En mí mismo se generan esas combinaciones creativas? ¿Estoy en la posibilidad de provocar desde mi propio compromiso constructivo una relación de adulto a niño distinta a la del “domador de fieras”? ¿Al mero reproductor de una información codificada para consumidores en la escuela, modelo de adulto que la sociedad de consumo va a encontrar plenamente domesticado para sus fines? ¿Estoy en capacidad de valorar no como mero entretenimiento o relleno actividades como la pictórica, la plástica, la teatral, la musical, la técnica constructiva? ¿Estoy en capacidad valorarlas para mi propia vida y en consecuencia asumir ese juego lleno de seriedad que consiste en empezar a ver por ejemplo pintura con carácter interpretativo, creativo, lo que implica un tiempo necesario para acceder a sus múltiples sentidos? Y ¿con las distintas opciones técnico constructivas que me implican sus materiales?